Caracas, 6 de mayo de 2016
De familia trabajadora, se me instruyó en las artes del oficio. Desde que tengo memoria he visto mi núcleo familiar en constante activismo. La inercia nunca fue una opción para los míos y lo que se me buscó enseñar fue el aprovechar, al máximo, el tiempo. Me he puesto a hacer cuanto se me ha venido en mente, siempre considerando los frutos de los actos como una inversión a futuro. He aprovechado –considero yo- la juventud. He sabido administrar su incalculable energía en consecuencias que trasciendan lo meramente efímero y que perduren a largo y perpetuo plazo.
Algunos compañeros han demostrado su rechazo a mi acuartelamiento por elección. Usando como argumento esencial la misma condición de joven, la cual, según ellos, está creada para el goce profundo de la catarsis que se consigue exclusivamente por medio de bebidas espirituosas, es decir, una constante exposición a Dioniso que parece nunca acabar.
Pese a esto, y no criticando la necesidad de ventilarse con algo que vaya más allá de una buena lectura, el “ocio” como tal, ha sido mal visto gracias a aquellos que dedican su vida a mal administrar el tiempo y al estancamiento mental. El ocio, escribía Russell, habría que usarlo sabiamente y como fuera conveniente. Su mala utilización nos llevará, verdaderamente a “todos los vicios”.
Bertrand Russell, pese a sus rasgos nobles, fue un filósofo que revolcó la moral imperante defendiendo temas susceptibles concernientes tanto a la sexualidad como a la raza. Su linaje y condición no lo detuvieron para generar controversia sobre la moral; que está en constante cambio.
Los grandes ilustrados –de todos los tiempos- gozaron de suficiente ocio para “derrochar” y eso los aventajó -en una vida llena de comodidades- a dedicarle su vida a lo meramente contemplativo. Gracias a esto, con todas las necesidades resueltas, sin problemas económicos y una posición privilegiada en el seno de la élite, los humanistas se dedicaron a leer y escribir de todo y sobre todo. Supieron administrar su ocio en más de una forma, maximizar el tiempo libre y no caer en el espiral de la vagancia.
El panorama actual es distinto. No necesitamos pertenecer a la élite para dedicarnos a la ciencia sin abandonar ni la condición más elemental de vida ni los placeres ociosos.
Sin embargo, el espectro de la vagancia sigue presente. Encontrando su mayor ventilación a través del ocio, estará siempre latente en aquellos que no sepan hacer uso de él. Prescindir del ocio no es lo correcto. El hombre lo necesita para su autoformación. Es menester poseer una formación balanceada entre lo guiado y lo autodidacto, es decir, la enseñanza no condicionada por factores externos.
Debemos dedicarnos al ocio. Entregarnos resignados a la tentación y rezar por su buena utilización. En Venezuela nos tomamos muy en serio a Russell –quien si estuviera vivo nos dedicaría, contento, una fracción en su Elogio a la ociosidad– apostando a una sociedad ociosa, así cambiando el paradigma de fin de semana; ahora trabajamos 2 y libramos 5.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel
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