Caracas, 13 de mayo de 2016

El otro día me aproximé a una de esas simpáticadas que venden de todo. Desde alimentos y refrigerios hasta pañales y pilas AA. El comercio venezolano se ha diversificado, reinventándose, al punto de re-crear los conocidos “Quioscos” (palabra por cierto proveniente del árabe) en todas las instancias comerciales.

En dicho quiosco, que hace un año era un establecimiento pleno de alimentación, solicité, con el léxico más llano, sencillo, directo e inconfundible: un agua. El Niño ha generado estragos a nivel nacional, por lo que la sequía me tenía como el mismísimo Gurí, a pocos niveles del colapso.

Volviendo a mi solicitud, si no mal recuerdo, empleé las siguientes palabras (en este correcto orden): “Un agua por favor”. La amable señora parecía confundida y por un momento creí estarme dirigiendo en alguna lengua extinta o, quizás, mi prolongada exposición en las lecturas anglosajonas, había generado un “corto” en mi subconsciente y, como arte involuntaria (y hasta grosera) estaba empleando un idioma distinto a nuestro querido castellano.

La conquista musulmana de la península ibérica representó un cambio radical en la cultura hispana. Hoy en día se estima que el castellano cuenta con 10.000 modismos árabes. En la Venezuela del siglo XXI hemos tenido que cambiar nuestra forma de hablar, empleando una nueva jerga a nuestro dialecto cotidiano.

A todas estas, tuve que repetir mi orden, esta vez segurísimo de hacerlo en el idioma correcto: “Un agua por favor”. La señora, que ya no parecía tan amable, produce enseño. En este punto ya no dudaba de haber empleado el idioma correcto, más bien, estaba seguro que la primera vez lo había hecho. De pronto me entró un aire primer mundista y creí que mi error había sido la implementación del artículo indefinido singular (UN), ya que en cualquier parte del mundo, pedir “Un agua” es una tarea un poco extraña, debido a que el libre mercado permite la existencia de cientos de marcas, cuyos precios varían. Pero, acostumbrado ya al mercado venezolano, en donde el agua Minalba parece un monopolio, me pareció extrañísimo que haya podido surgir competencia alguna.

A esto hay que hacer un inciso. El cerebro humano es fascinante, todas estas consideraciones se generan prácticamente de forma instantánea, por lo que, inmediatamente después de repetir por segunda vez: “Un agua”, pregunté: “¿Qué agua tiene?”. Cualquiera puede burlarse de mi inocencia, pero acostumbrarse al oscurantismo nunca ha sido mi opción. Hay que aspirar al progreso, sino, estaremos condenados al perpetuo retraso.

A este punto, la señora, molesta, me replica: “No hay”. Lo impresionante es que las personas detrás de mí (que esperaban impacientes) se solidarizaron con ella y todos parecían disgustados conmigo por haber cometido el crimen de lesa majestad: pedir un agua.

De mi experiencia le puedo transmitir a los lectores que no incurran en mi imprudencia. El nuevo léxico no permite solicitar un producto de forma directa, primero se debe de consultar su disponibilidad, es decir, la forma, aparentemente correcta debió haber sido: “¿Tiene agua?”.

Nelson Totesaut Rangel

@NelsonTRangel

ntotesaut@sincuento.com