Caracas, 20 de mayo de 2016
Pese a las dificultades económicas, los trajines diarios nos obligan, en algunas oportunidades, a comer en la calle. Nadie se escapa de una comida rápida ni tampoco de una improvisada. El otro día, encontrando un pequeño espacio inter clase, me dirijo a uno de estos locales que sirven comida de este estilo, muy buena y probablemente insana. Al concluir mi orden me percato de dos cosas. La primera es que lo insano no son sólo los ingredientes, sino también los precios que suben a una velocidad extraordinaria. La segunda, que me habían entregado únicamente el comprobante de tarjeta, más no, la factura como tal. Cabe acotar, que ese pequeño papel que me dieron se debió a que tuve que pagar, forzosamente -debido a los ya mencionados precios insanos- con tarjeta de crédito.
Hagamos un inciso. Algo que se le debe de reconocer al gobierno nacional ha sido la buena recolección de impuestos y la propaganda alusiva a los derechos del consumidor y a la exigencia de sus comprobantes fiscales. Si eres una persona que creció en el siglo XXI –como es mi caso- sabrás que la férrea campaña de “Exige tu factura” la llevamos en el ADN tal mensaje subliminal inculcado que, por primera vez, no es dañino y en verdad vale la pena preservar.
Volviendo a la comida rápida, me puse a pensar y me percaté que llevo meses sin recibir ese comprobante fiscal. El mismo trajín ya mencionado roba nuestra concentración e imposibilita que solicitemos oportunamente lo que nos es merecido.
El período de Augusto Pinochet se caracterizó, entre otras cosas, por convertir a un país en un laboratorio científico. Tal Mao, aplicó políticas sin saber realmente si sus resultados serían o no positivos. Una de esas fue inducir una inflación, para que los ricos se hicieran más ricos y los pobres más pobres. La política cesó arrojando no más que miseria.
Lo peor del caso, y ya algunos se podrán imaginar por donde viene la historia, que el exigir lo que es mío –no de ellos- la contraprestación requerida por haber cumplido con mis obligaciones, fue una proeza absurda. Al momento de decir: ¿y mi factura? La muchacha se siente extrañada. Yo no le estaba pidiendo que me explicara Fundamentos de la Metafísica de las Costumbres de Kant. Tampoco pedí que me diera una síntesis de la dialéctica hegeliana. Simplemente, exigí lo que me han enseñado a exigir: la factura.
La joven aseguraba que la culpa era de la crisis. Lo simpático es, que en relación a lo que escribí al comienzo, la crisis pega menos duro a los comerciantes quienes pueden moldear sus precios a la par con la inflación, los verdaderamente perjudicados son los asalariados; no lo digo yo, lo dice la economía.
A todas estas, después de una reacción grosera de su parte, sólo puedo concluir que tengo mi factura pero no creo que pueda volver a ese quiosco; bastantes problemas ya he tenido.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel
ntotesaut@sincuento.com