Caracas, 27 de mayo de 2016
Hace unos días pudimos presenciar un hecho terrible. Unos manifestantes agredieron físicamente a las fuerzas del orden con un odio y falta de justificación que no los distingue de las reacciones instintivas de las bestias. Entiendo, que la euforia del momento y las vendettas arrastradas pueden implosionar con la simple vista del enemigo jurado; al menos, el enemigo jurado que les han inculcado. El país –en medio de la protesta- se divide en dos bandos de guerra. La gente, más radical, sale armada con los utensilios necesarios para generar el caos. Quien sale con una máscara y un “kit” de disturbio buenas intenciones no trae. Por ello, referente al hecho ocurrido, hay que dejar claro que los manifestantes no fueron seducidos por la ira colectiva, sino, iban predispuestos a propagar la violencia. Estos individuos, que son catalogados siempre como Estudiantes –de la Universidad de las Protestas y el disturbio público asumo- no son más que personas que nada han hecho con su vida y creen que podrán conseguir una indulgencia a su vagancia arremetiendo contra los enemigos jurados del control: la policía.
Lo preocupante no son ellos, sino el público que aplaude fervientemente sus prácticas.
Ellos existen porque tienen una aprobación social. Si nadie los quisiera y todos nos uniéramos en la condena, estos individuos se desvanecerían instantáneamente. Nosotros –la sociedad- somos la levadura de ellos, seguimos alentándolos y no les instruimos que esas prácticas nada bueno traen y, por el contrario, ponen en entredicho la sana práctica democrática.
Estos “ciudadanos” exigen tolerancia por medio de intolerancia. Cansado debemos estar de ese ridículo discurso de quienes pretenden exigir respeto por medio de prácticas desdeñables. Tolerancia por intolerancia es una máxima expresada por varios sectores de la población –casi siempre por las minorías históricas- pero, en este caso, se refleja lo verdaderamente preocupante. El no condenarlos parece ser la acción generalmente aceptada, ya que hacerlo acarrea la reacción de los más radicales que llevan su juicio nublado y son incapaces de ver otros colores que no sean los inoculados. Justifican esas acciones por otras de similar –o peor- índole hecha ante ellos. Ni una ni la otra. La violencia no es la vía de ventilación de los problemas y si vemos que la válvula está fugando estas situaciones, es decir, está rota, la cambiamos; bien gafos seríamos si nos quedamos bajo la filtración, que poco a poco nos está ahogando.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel
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