Caracas, 22 de julio de 2016

 

 

 (…) el mundo de aquel entonces no tenía un motus bélico, sino una rivalidad competitiva entre dos modelos (…)

Extraño un mundo en el cual no viví, me hubiese gustado vivir y quisiera poder vivir. Luego de “la guerra innecesaria” como le llamaría Churchill a la segunda de escala mundial, se da paso a una estabilidad universal que, para la época, parecía no ser el ideal de status quo. “La buena guerra” –como diría Lawrence Freedman-, con los enemigos claros y la partición del mapa conceptual ideológico bien establecido, es todo a lo que deberíamos aspirar. La guerra fría –o buena guerra-, que vino después de la segunda guerra –o guerra innecesaria- redefine las relaciones internacionales abriendo paso a la sana resolución de conflictos por la vía diplomática. Si bien se dieron situaciones en caliente, -Vietnam, Corea y Afganistán- prevaleció el interés común por supervivencia de la raza. Luego que la URSS alcanzara a los EEUU en su poderío atómico, la buena razón se hizo de las relaciones internacionales recordando la advertencia de Einstein de que la guerra después de la siguiente la celebraríamos con palos y piedras.

En resumen, podríamos decir, el mundo de aquel entonces no tenía un motus bélico, sino una rivalidad competitiva entre dos modelos que –según Freedman- “podían sobrevivir y hasta florecer sin tratar de destruirse uno al otro”.

Lamentablemente el fin del bipolarismo (1989) dio paso a un abanico pluripolar complejo de definir. En la tónica bélica que andamos, tenemos enemigos difusos por doquier que no siguen las reglas básicas de la confrontación para lograr aquella “coexistencia pacífica” que prevaleció, según Jruschov.

En Corea, por ejemplo, tenemos un enigma nuclear que amenaza occidente constantemente. En el medio Oriente, unos grupos que representan las ideas más desenfrenadas del radicalismo ideológico y no conocen las normas básicas de conducta internacional. La confrontación ideológica puede –y debe- de ventilarse únicamente por medio de la diplomacia; la guerra no sigue siendo un método legitimado de hacer política.

¿Qué nos queda? El terrible multipolarismo en donde nada está claro. Nadie sabe quién es o en dónde está el enemigo. Bombas por doquier, detonaciones y atentados que cobran la vida de civiles que nada quieren influir en la política ni en las guerras ideológicas.

Extraño ese mundo bipolar, el cual no viví, en donde la diplomacia conoció su cenit. La humanidad demostró que, incluso, en su más elevada contienda ideológica puede contener su instinto animal y hacer prevalecer la razón sobre las pasiones.

Nosotros, que estamos condenados a vivir el pluripolarismo, debemos anhelar establecer las máximas de la guerra fría en donde los conflictos en caliente fueron determinados y, pese a que hubo maquinaciones ideológicas tras telón, las grandes superpotencias no intervinieron con nombre y apellido a una contienda que se permitió reducir a lo local.

Hay que ser justos, la crisis de oriente se da por culpa de occidente. El panorama actual es culpa de los que buscaron exportar un modelo inaplicable en países que lo que necesitaban –como diría Vallenilla Lanz- era del Gendarme necesario. Ahora nos sumimos en la contienda difusa, que lejos de ser fría, está más caliente que nunca.

 

Nelson Totesaut Rangel

@NelsonTRangel

ntotesaut@sincuento.com