Caracas, 9 de septiembre de 2016
¿Ahora qué? Parece ser la pregunta del momento. Ya las bombas cayeron y el escenario se apaciguó. Por un lado tenemos a los desilusionados que le apostaban todo al 1/9. Una vez más confundieron el medio con el fin. Si bien nadie quería violencia, las pasiones irracionales –de algunos- suscitaban aires de cambio inmediato y se veía el primero de septiembre como el fin de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. Cuando en verdad se trataba de un medio más que buscaba alcanzar, poco a poco, un “fin final”. Los venezolanos somos tan desesperados que queremos las salidas ipso facto, no podemos esperar a que el curso democrático se cumpla. Es decir, la -supuesta- razón del 1/9 no era tumbar un Gobierno, sino presionar para la activación de un mecanismo. Sin embargo, los que idealizaron una pretensión pseudo golpista, no fue por culpa suya, sino porque la promesa enmascarada prometía el Fin de la Historia.
Pese a esto, seamos justos, el fracaso de lo que –creo yo- presagiaban algunos podría arrojar dos conclusiones. Primero, que los venezolanos –en su mayoría- están resteados con el orden democrático, y las maquinaciones maquiavélicas (que alguna vez existieron) quedaron en el pasado. Segundo, que el Gobierno es perfectamente garante de la estabilidad republicana; lo mínimo que debemos aspirar si queremos decir que no vivimos en un Estado baldío.
Cansados debemos estar de la fiesta electorera que nada bueno trae y nada bueno traerá.
Por otro lado, esa mayoría que le apostó a la estabilidad republicana, ve –con desilusión- la continuación de lo mismo, sin aparente aires de cambio. ¿Ahora qué? Me pregunto a diario y repito una vez más la misma perogrullada: el modelo debe de ser cambiado, si sirviera no estaríamos en crisis. Pese a esto, la forma de cambiarlo no ha de ser traumática, sino con la estabilidad transitoria que gozan los países más civilizados –al menos en lo interno- del mundo.
Ya acabó el día D, el día que, como siempre, nos tenía frenados como país. Constantemente nos fijamos una meta ficticia, irreal y absurda, concentramos todo nuestro trabajo en ella y olvidamos los verdaderos problemas del país; que nos siguen devorando.
¡Basta ya de politiquería! El país llama al trabajo conjunto para salir adelante. Cansados debemos estar de la fiesta electorera que nada bueno trae y nada bueno traerá. Olvidemos el atajo y abracemos el diálogo, apostémosle a las figuras democráticas antiguas e ignoremos aquellas jóvenes, vigorosas y tontas que nos siguen prometiendo un futuro oscuro enmascarado de carnaval.
¿Ahora qué? O, mejor aún, ¿Qué hacer? –cho délat como diría Lenin- parece ser la pregunta más acertada. Dejemos de otorgarle a la providencia el destino de la patria y llamemos juntos al trabajo. No más incertidumbre, el día D se acabó, las bombas cayeron y abonaron el suelo, sembremos dialogo y trabajo; y no rencor ni separación. Salgamos de esta guerra fratricida, entre hermanos, restablezcamos los lazos de la nación que tanto necesitamos hoy, y no esperemos el glorioso futuro que creemos nos espera -por ser hijos de la patria nueva- y que seguimos pregonando pero no terminamos de construir.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel
ntotesaut@sincuento.com