Caracas, 7 de octubre de 2016
Es gracioso ver como la polarización -llevada al extremo- puede ser tan nociva e irracional, que se convierte en el mero ejercicio incompleto de la dialéctica hegeliana, en donde se busca generar, a todo costo, una antítesis, sin interés de trascender a la síntesis. Cuando el proceso de paz parecía no tener enemigos, pues representaba una bandera que nadie podría criticar, la fuerte y detestable ola polarizadora –encabezada en Santos, por un lado; y Uribe, por el otro- lleva a una rivalidad política y personalista, perjudicando el destino de un país entero. El afán de Álvaro Uribe por seguir acaparando el show, no cesó con dos presidencias. El hambre de cámaras, que le fue robado por la Corte Constitucional colombiana en el año 2010, generó un monstruo desempleado que no puede aceptar que el pueblo colombiano tenga otro primus inter pares.
Por su parte, Santos resultó ser una grata sorpresa, cuya gestión seguramente será bien valorada una vez que salga de la Casa de Nariño. Le apostó al Continente y buscó reforzar las alianzas Latinas que su predecesor se encargó de destruir; quien las sustituyó por el cálido y siempre interesado abrazo del Tío Sam.
Nos hemos convertidos en adictos electorales, como ningún otro país en el mundo.
Ahora, cuando el Presidente deslumbra con audacia en sus funciones, el renegado político, que se agasajaba de haber escogido a su sucesor y al final le salió el “tiro por la culata”, busca frustrar cualquier intento progresista, contradiciéndolo, con el simple propósito de nutrir su ego.
La victoria del “NO”, no fue del todo sorpresiva. La poderosa maquinaria uribista hizo un trabajo sublime de propaganda, llegando a convertir una pretensión tan pura como la “paz” en algo negativo y oscuro. Sólo en un mundo distorsionado se puede lograr transformar un proceso de paz en algo malo, al punto de rechazarlo y preferir la prevalencia de un conflicto que ha cobrado más de 200.000 vidas colombianas. Incluso, los mismos hombres en armas, han demostrado mayor sensatez que la mitad NONISTA, prolongando el cese al fuego, ya que al fin se dieron cuenta de que el camino no puede ser la guerra fratricida, entre hermanos, sino el trabajo en conjunto de un país en miras al progreso.
Por otro lado, la repercusión en Venezuela no podría faltar. Por un momento pareció que las elecciones eran en casa. No nos basta con la perpetua fiesta electorera en que vivimos sumidos, sino que nos apropiamos de las ajenas dándole la importancia de las nuestras. Nos hemos convertidos en adictos electorales, como ningún otro país en el mundo. Incluso, creo que algunos se dirigieron a Colegios y Universidades confundidos creyendo que en verdad se estaba celebrando un sufragio. Pareciera que le dimos más importancia nosotros, que nuestros vecinos a su propio orden interno.
Por un lado tenemos a los chavistas de luto por haber perdido su tercera elección en 17 años. Y por el otro tenemos a los opositores que simplemente deben ir en contra de los rojos, y aquellos que se enclosetan de vergüenza al darse cuenta que están de acuerdo con algún punto del adversario, y simplemente contradicen agregando un adjetivo distinto a cada idea, solo de forma previsiva y bajo el temor de ser confundidos.
En fin, con una abstención de 21 millones de colombianos (62,6%) y siendo el segundo gran fracaso plebiscitario del año (Brexit y ahora este), me cabe cuestionar la eficacia de la democracia participativa y si es sensato (y necesario) confiar una medida transcendental a la consulta pública.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel