Caracas, 21 de octubre de 2016
No es la primera vez que la Academia Sueca nos da de que hablar. Pareciera que ocultaran su verdadera naturaleza de medio polémico con una supuesta fachada de amor al episteme. Como el invento del bien recordado fundador del galardón: Alfred Nobel, ciertos premios son dinamita para las áreas galardonadas.
El Nobel de Literatura no se presta para mucha confusión, la rama está bien determinada.
No estamos hablando del Nobel de paz, que es siempre controversial, puesto pareciera que se busca otorgar el Nihil obstat en vez de la medallita dorada y el jugoso cheque. Buscamos premiar Santos; representaciones perfectas de la humanidad, sin darnos cuenta de nuestra propia naturaleza, que nos hace vivir sumidos bajo la perpetua lucha existencial, esperando encontrar un primus inter pares que se parezca más al ideal que queremos llegar a ser.
Por lo tanto, no estamos para criticar el pasado Nobeliario y los polémicos como Kissinger, Hull y Obama. Tampoco a nuestra querida Rigoberta Menchú, a quien le otorgaron el premio equivocado; dándole el de la paz en vez del de literatura, que merecía más, después de haberse inventado su propia biografía con la cual ganó el aprecio de la Academia. Estamos para mencionar algo más surreal, ya que de haberse premiado a Menchú de esa forma, al menos habría implicado la escritura de una historia; nominación que apoyaría antes que la de un cantante, cualquiera que este sea.
Debo pecar de ignorancia, no conozco bien la música de Dylan. Más bien, poco me interesa el Rock y la música gringa. Pero lo que si puedo alertar, sin ser un erudito en la materia, es que al momento de premiar a este individuo, se equivocaron de categoría.
El Nobel de Literatura no se presta para mucha confusión, la rama está bien determinada. No es un Nobel de música, tampoco para ídolos pop. Es de los pocos galardones mediáticos, con reconocimiento mundial y universal, que tiene prohibida la participación de personajes ajenos al mundo literato, al menos eso pensaba.
Es fácil ver la relación de lo absurdo. Otorgar el Nobel de Literatura a un cantante es premiar a aquellos que no merecen ser premiados por hacer algo que nada tiene que ver con el premio. ¿Cuál sería la reacción de Phelps si supiera que la medalla de oro le fue otorgada a alguien que batió su record mariposa pero sentado en un sillón y por medio de una consola de juegos? ¿Cómo se sentiría el mismo Dylan de enterarse que perdió el Grammy ante un Vargas Llosa porque se considera que de sus novelas se puede sacar un musical? O una reina de belleza, que perdiera la corona ante una hermana salesiana por considerar que los sentimientos ahora son un rasgo de competencia en el Miss Universo.
El mundo actual es el mundo de lo absurdo. La superficialidad sigue ganando terreno ante un interés humanístico en pronta extinción. Nos hemos convertido en el colmo de la banalidad, premiando a aquellos que nada hicieron para merecerse un logro ajeno y consiguieron todo en cuanto se les consagra.
Si esos son los encargados de juzgar a las grandes mentes de la humanidad, que esperanza la nuestra, dormiremos inquietos sabiendo en manos de quien ha caído nuestra erudición.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel