Caracas, 4 de noviembre de 2016
Gobernantes como Lincoln se desempeñaron como verdaderos hombres de Estado, poniendo los intereses partidistas a un lado y velando por las medidas necesarias para el crecimiento de una nación.
La crisis actual parece ser una crisis compartida. No sólo es observable el caso Venezuela, Brasil, México, Colombia y Gran Bretaña, sino también el más vergonzante: el estadounidense. La crisis actual es continental e intercontinental; es la crisis de la política y el surgimiento –nuevamente- de la antipolítica.
Ver el caso gringo nos puede dar una idea de la decadencia de un Imperio. Quien fuera aquel país del “nuevo continente”, que se desarrolló y convirtió en la primera potencia mundial -dejando a aquellos viejos imperios sepultados en una categoría de menor relevancia- hoy en día es la burla política en su pleno proceso electoral. Porque critíquesele lo que se quiera, Estados Unidos representó un milagro en su auge, considerando que somos tan viejos como él y, sin embargo, seguimos sumidos en el atraso que nos ha robado –incluso- la identidad Americana. Colocándonos en una suerte de sub-categoría ya que no parecemos merecedores de portar el adjetivo continental, puesto lejos estamos de parecernos a nuestro vecino: el gigante del norte.
Veamos entonces nuestra historia –la de Latinoamérica- que parece ser la historia de un sueño frustrado. Queremos llegar a ser algo que nos creemos merecedores de ser, pero justificamos nuestros fracasos con la malignidad de la Providencia u otra característica propia de nuestro gentilicio, no viendo en nosotros mismos el supuesto misterio, que tiempo atrás fue revelado.
Es cierto que la conquista del Norte se dio distinta a la del Sur. Esta afirmación recaerá entonada por sociólogos y positivistas que buscan darle aquella explicación científica a nuestra identidad. Se nos vende la idea de ser herederos de la piltrafa humana. Somos hijos de aquellos españoles que nada tenían en su país y vinieron a hacerse del nuestro por vías cuestionadas. Ladrones, estafadores y violadores, de todo eso queremos llenar nuestro ADN para justificar el atraso del que parecemos no salir.
Independientemente de esto –cierto y falso a la vez-, se contrapone a la sociedad estadounidense; fundada por aquellos peregrinos y protestantes de buena fe, que pareciera que llegaron con un libro de cómo colonizar, ya que se nos vende que errores no cometieron en aras de crear aquella superpotencia. Incluso, la única mancha que nos llega de su historia, fue aquella guerra civil que, no obstante, fue una lucha por los más deseados ideales humanos, que libró una potencia pionera que luego consolidaría su unión final.
Y es que no en vano se le da una publicidad justificada a gobernantes como Lincoln, que desempeñaron un rol como verdaderos hombres de Estado poniendo los intereses partidistas a un lado y velando por las medidas necesarias para el crecimiento de una nación.
Ahora, en nuestro caso, los desdichados quejarán el motivo errado. Se verá la ausencia de un Lincoln criollo como la principal carencia de nuestro sistema, cuando los gobiernos que nos damos son los que nos merecemos, tal como lo menciona el excelso académico Luis Castro Leiva: “La política que tenemos es la que nuestras «representaciones sociales» han hecho posible y afianzado para bien y para mal (…). Pues, ¿quién si no nosotros somos los habitantes de esta tierra?”.
Entonces, este fenómeno de la antipolítica –advertido también por Leiva en el mismo discurso de orden ante el Congreso Nacional en el 1998- está más vivo que nunca. En nuestra sociedad, por la evidente pseudo guerra civil que vivimos; en la de ellos, viendo la decadencia de liderazgos. Un hombre como Trump que representa el discurso xenófobo, y una señora como Clinton que inspira la mayor hipocresía de un gobernante. De hecho, las simpatías que ha cautivado Trump se debe precisamente a la yuxtaposición con Clinton. Ya que, en un mundo en donde todo está regido por lo políticamente correcto, surge un discurso que nadie quiere dar pero todos quieren oír.
Por su parte, en nuestra querida realidad local, -empleando el determinismo usual- deberíamos de añorar un Lincoln, que sepa posicionar las razones de Estado sobre los intereses particulares: “Mi objetivo primordial en esta lucha no es defender ni destruir la esclavitud, sino proteger la unión”. Sustituyamos de la frase “la esclavitud” y coloquemos “el adversario” y ahí encontraremos nuestro norte.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel
ntotesaut@sincuento.com