Caracas, 11 de noviembre de 2016

 

Creo fielmente en el diálogo, pero dificulto su aplicabilidad en momentos de alta polarización y sin una crisis total.

El principio básico de dialogar es saber que ninguna parte va a ganar. Siempre que se busque la manera de perjudicar al otro (y de salirse con la suya), el diálogo será otro ideal imposible de concretar. Cuando ambas partes se den cuenta de que el fin no es ganar, sino más bien, ambos deben de perder, se podrá llegar al verdadero entendimiento que todos necesitamos.

Soy un escéptico del diálogo actual. Creo fielmente en su finalidad práctica pero dificulto su aplicabilidad en momentos de alta polarización y sin una crisis total. Óigase bien, las condiciones actuales llaman al diálogo; en eso estamos de acuerdo, sin embargo, el mismo se da por la buena voluntad de las partes, ya que nos encontramos lejos de estar tan mal como lo creemos.

No se me malinterprete, la situación económica es crítica y la polarización avasallante, pero aún no se ha llegado al escenario post apocalíptico que muchos pregonan falsamente. Es decir, históricamente el diálogo se ha dado cuando la República se ha puesto en juego. Hoy en día, de muchas cosas carecemos, pero con instituciones republicanas contamos y no existe un vacío de poder -o algún Estado baldío- que nos llame a afrontar responsablemente la tónica dialogante.

 ç¿El ejemplo más próximo? El Pacto de Punto Fijo. Después del golpe a Rómulo Gallegos y de los terribles años de la dictadura militar. El partido hegemónico AD, se percata de la necesidad de abrirse al diálogo entre partidos. Luego del error cometido durante el efímero período de democracia, en donde se excluyeron a las demás fuerzas políticas, se entendió que no habría otra opción que pactar con todas los sectores del país para evitar otra catástrofe como la ya vivida.

El caso actual dista mucho de los años de aquel pacto. Más allá de las especificidades históricas, el trauma de haber salido de un terrible período opresor, fue el motor esencial para sentarse a dialogar. Igual pasó en la España franquista. Luego de la infamada guerra civil, personajes como Manuel Azaña debieron jugar un rol conciliador para recuperar a un país sumido en su más profunda separación nacional.

Venezuela aún no se encuentra en la peor de las crisis posibles; esperemos no tener que llegar a eso para sentarnos con intenciones reales. Si somos capaces de encontrarnos, llegando a un mínimo de entendimiento y respeto -ejerciendo la política dentro del ring-, le daremos una lección histórica a los venezolanos venideros, rompiendo con aquel fatalismo histórico, característico nuestro, que suprime todas las posibilidades de desarrollo social.

 Mientras la oposición exija el revocatorio -o la idea absurda de las elecciones adelantadas- y el gobierno, por su parte, siga con su hybris, sin querer reconocer la fuerza del adversario y sin intención verdadera de cederle espacios, jamás se podrá llegar a la conciliación nacional. Entonces, ¿ideas para el diálogo? Bajo la premisa de que ninguna parte va a ganar y ambas deben perder, la oposición debería dejar que el Presidente culmine su período presidencial –en paz-, pidiendo a cambio una activación respetuosa de los procesos electorales venideros y un desempeño amplio del Poder Legislativo sin trabas o triquiñuela alguna.

Por su parte, los radicales no dejarán de aparecer. Estas peligrosas voces crecen con la inercia de los dialogantes. El diálogo no se debe apurar, pero una demostración de buena fe, como sería un mínimo de entendimiento, daría tranquilidad y estabilidad al país, aislando a aquellas voces bulliciosas que son las que más se hacen notar, pero al final se encuentran solas en este escenario que lo que busca es el encuentro nacional.

 

Nelson Totesaut Rangel

@NelsonTRangel

ntotesaut@sincuento.com