Caracas, 16 de diciembre de 2016
Si a Venezuela se le pudiese comparar con alguna atracción, sería, sin duda, una montaña rusa. Aquí no hay posibilidad de aburrirse, las turbulencias son iguales a las vividas sobre un sistema de rieles. La estabilidad es inexistente, podemos encontrarnos en plena apoteosis –subiendo y subiendo la pendiente- y de golpe caer estrepitosamente a una velocidad superior a la empleada para escalar.
(…) no se me malinterprete, la montaña rusa es la atracción por excelencia de los parques temáticos; por algún extraño motivo ha de ser.
Si bien las montañas rusas son para diversión, el goce venezolano lo cuestiono profundamente. Podemos acordar que para el aburrimiento no hay cabida, ya lo dijimos, pero el nivel de absurdez puede sobrepasar a cualquier montaña invertida que te haga sentir vértigo, temor, estrés y mucha, mucha ansiedad. Ojo, no se me malinterprete, la montaña rusa es la atracción por excelencia de los parques temáticos; por algún extraño motivo, ha de ser.
No estoy seguro de que si los que vivamos en Venezuela somos los perfectos turistas de estas atracciones. O, si por el contrario, nuestra perpetua exposición a la adrenalina ha desinhibido nuestro sensacionalismo. Con todo esto no me quiero referir a la inseguridad o a los problemas económicos (per se), sino a algo tan absurdo como al papel moneda.
Leía hace un tiempo, varias justificaciones de economistas explicando la escasez de billetes en la calle. Lo más obvio es revisar los precios de cualquier producto y darnos cuenta de que se necesitan, al menos, 5 billetes de la más alta denominación para el consumo de lo más banal posible. De hecho, el otro día un agua me costó Bs. 900; y sí, la indignación fue grande.
Hace dos semanas la gran noticia era la escasez del papel moneda. La gente desesperada buscaba, entre cajeros y taquillas, algo de efectivo para afrontar las necesidades más simples de la cotidianidad; tales como lo es la adquisición de un agua por de Bs. 900. En lo personal, estuve una semana entera reuniendo poco más de Bs. 20.000. Con el propósito de un viaje pautado al cual quería llevarme algo de liquidez en efectivo. El “corralito”, del cual de la Rúa estaría orgulloso, es bastante arrecho. Los bancos te dan un máximo al día (el cual solicitas siempre con el temor de que te sea remunerado en billetes distintos al de 100) y los cajeros se burlan de ti dándote una limosna bochornosa que no te alcanzará ni para un desayuno callejero.
Luego, la semana pasada, los titulares abren con una “gran noticia” para el país: “llegarán billetes de 100”. Una noticia que nos alegra a todos, los que hemos perdido la percepción de la normalidad, celebrando con tángana, que a un país le llegue el dinero necesario para las transacciones corrientes de sus ciudadanos.
Quiero hacer un inciso. Cuando no teníamos efectivo nos encontrábamos cayendo por la pendiente de la montaña rusa. Luego, con la noticia de la llegada misericordiosa del papel moneda, empezamos a subir poco a poco esperanzados de estabilizarnos. Entonces, el pasado domingo (porque aquí no nos dejan descansar ni ese día), es anunciado que será ilegalizado en 72 horas los billetes de 100 (teniendo en cuenta que el lunes es bancario; por lo que las 72h en verdad son 48h), es decir, caímos tan duro que nos salimos de los rieles y terminamos sembrados en alguna otra atracción que, seguro estoy, no es la misma.
Mi molestia no es personal, ya que el haber recolectado, a duras penas, Bs. 20.000 (porque no había en el país) y 7 días después tener que devolverlo al “corralito”, es algo que no me impresiona a estas alturas. Lo que si me molesta es haberme percatado tarde de que ya no éramos una montaña rusa, y aquella atracción a la que aterrizamos describe más fidedignamente lo que hoy en día somos: un circo.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel