Caracas, 23 de diciembre de 2016
Recuerdo haber percatado, de muy joven, el hecho de vivir en un país extraño. Venezuela es una cosa rara; no sólo por sus mujeres, ni por su petróleo, o por su tierra, es rara por un todo. Venezuela es la amalgama de la extrañeza, de aquel misterio difícil de resolver. Venezuela es bonita y fea, extraña y problemática, es todo, todo menos normal.
De pocas cosas estoy convencido en la vida. Una de ellas, es de la infinita capacidad de adaptación del venezolano.
Los venezolanos no tenemos pares. Somos distintos a nuestros vecinos del continente, quienes no gozaron de nuestro milagro económico que nos hizo creer gringos. Distintos a los europeos, pese a que recibimos un crisol de mezclas producto de la colonización (primero) y de la renta (después). Distintos a los gringos, que bajo la ética protestante ganaron todo lo que tienen. Distintos entre todos, pues entre ninguno nos parecemos, ni siquiera entre nosotros mismos.
De pocas cosas estoy convencido en la vida. Una de ellas, es de la infinita capacidad de adaptación del venezolano. Esta es, sin duda, una de las más grandes extrañezas a las que me quiero referir. La situación cotidiana es tan surreal: las políticas anunciadas, las medidas tomadas, las noticias leídas y las predicciones ofrecidas, que si buscamos analizarnos desde un parámetro general, nos daremos cuenta que, o estamos locos, o no somos pertenecientes a este planeta.
Este año 2016 ha sido el más duro que han vivido los venezolanos; al menos los nacidos en democracia. La situación económica no se compara a ninguna antes vivida en el país. Arguméntese en contra lo que se quiera, pero es innegable que no ha existido situación tan grave como la actual. ¿Complejización de sociedad? ¿Del Estado? ¿Del país? Si, de todo esto hay un poco. Argumentos políticos no son siquiera necesarios, puesto cabe simplemente estudiarnos para ver que nuestro caos actual es bastante único en su especie.
Sin embargo, aquella capacidad adaptativa del venezolano, que, por cierto, lo asemeja más a un camaleón que a otro habitante de este planeta, lo hace sobrellevar el apocalipsis de una manera inusual. No es necesario listar las absurdeces que nos ocurren (para hablar de ellas tuvimos el resto del año), simplemente hay que rendir tributo a esta capacidad de adaptación que nos hace poder vivir en este catastrófico, pero bello país.
El 2016 fue –es- un año difícil -ya lo dije-, y nadie lo podrá negar. Pero lo sobrellevamos como nación de una manera que otro gentilicio no hubiera podido. Si el 2017 se asemeja –Dios nos proteja- o empeora –Dios nos libre- se que podremos afrontarlo de la misma forma inusual, ya que somos los únicos posibles habitantes de esta extraña tierra.
No puedo dar certeza de que la situación mejorará. Pero de lo que si estoy seguro es que en base a nuestra experiencia adquirida (y de nuestros traumas asimilados), emanará las bases sólidas para enfrentar cualquier otra crisis que nos depare el futuro. Por mientras, hay que seguir apostándole al país y a su gente. Pues la salvación no se encuentra más allá de las fronteras. Ya que ningún externo va a entender que carrizo somos, ni tampoco como llevarnos o calarnos. Nuestra situación histórica nos ha convertido en aquel camaleón, único posible habitante de esta tierra.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel