Caracas, 22 de enero de 2017 

El conocido como “Cisma de Occidente” fue una pugna temporal. Y, en términos históricos, diríamos que de corta duración, puesto duró nada más que 40 años. Durante esta disputa -de los siglos XIV y XV- la Iglesia no encontraba su cabeza. Un huérfano de dos padres que no sabía cómo identificarse. Por un lado, con el papado de Avignon y, por el otro, con el de Roma. De hecho, este conflicto quedó tan arraigado a la psique humana que, sin saber, las consignas que pregonamos los católicos con frecuencia son: “católico, apostólico y romano”, refiriéndose la última al reconocimiento del papado en dicha sede y no a la del trono francés.

La división de la iglesia se dio en su totalidad, incluso los Santos fueron repartidos.

El conflicto inicia cuando el Papa Gregorio XI abandona Avignon para restablecer la sede clásica en la Ciudad Eterna, Roma. Luego de su muerte (en 1378), las disputas generadas por su sucesión no se hicieron esperar. Evidentemente, esta dualidad residencial creó confusión. Simpatizantes italianos y franceses luchaban por la apropiación del poder divino. Por consiguiente, el día 7 de abril, es electo el Arzobispo Bartolomeo Pignano, como legítimo heredero del trono de San Pedro, rindiéndole así los más elevados honores en el Sacro Colegio, para luego coronarlo como Urbano VI.

Urbano no despierta mayores disidencias de comienzo; de hecho, fue una elección bastante consensuada. Sin embargo (tal golpe de Estado moderno), Cardenales de Urbano se prepararon para derrocarlo poco después de haber asumido sus funciones. Historiadores señalan que se debió a su mala gestión conciliadora entre Avignon y Roma, lo que llevó a estos disidentes a despojar al Papa de sus investiduras. Al final, la cabeza de Estado ha de ser siempre una figura de unidad, y jamás de separación. En este orden de ideas, el Colegio Sacro Santo escoge a Robert de Geneva (conocido posteriormente como Clemente VII), fijando su residencia en Avignon y completando la más grande ruptura que la Iglesia Católica había sufrido para la época.

La división de la iglesia se dio en su totalidad, incluso los Santos fueron repartidos. Parecía un divorcio obligatorio con su repartición de bienes. Por ejemplo, Santa Catalina de Siena y Felipe de Alencon estaban resteados con Urbano; mientras que San Vicente Ferrer y Santa Colette, se enlistaron en las filas de Clemente. Lo mismo pasó en lo terrenal, doctores, teólogos e intelectuales, tomaron partido en un cisma perfecto, lo que demostraba que la ruptura se concretaría y sería difícil de revertir.

Años más tarde, Bonifacio IX sucedería a Urbano VI (Roma) y Benedicto XIII a Clemente VII (Avignon), “Hay dos capitanes en el barco, quienes están combatiendo y contradiciéndose entre sí” diría Jean Petit durante el concilio de París de 1406. Todo esto continuó por 40 años, en lo que pudo ser, literalmente, un juego de tronos.

Este caso me ha hecho pensar en una absurdez. Los últimos acontecimientos en Venezuela nos han arrojado un escenario –por lo menos- extraño. Tenemos a un Presidente electo, declarado así por el Consejo Nacional Electoral y proclamado por el Congreso. Luego, el panorama cambia y nos encontramos ante una encrucijada bastante particular. Recientemente el mandatario ha sido “depuesto” de su cargo por el máximo poder legislativo, lo que generaría (en teoría) la apertura de un proceso electoral. Haya sido legítimo o no el suceso, sabemos que la oposición no reconoce al Presidente y, en el mismo orden de actos, han de convocar elecciones en los próximos 30 días. Es decir, si las fuerzas opositoras son coherentes con el camino tomado, pronto nos podríamos encontrar ante el cisma completo. Dos sedes presidenciales, por un lado, la presidencia de Miraflores y, por el otro, la del Capitolio.

Sé que mi apreciación es bastante surreal, pero mi imaginación no ha navegado de gratis. La situación da cabida para todos estos posibles escenarios en el marco de lo que estamos viviendo. Es por ello que debemos de rogar por la vía de un concilio -tal como el de Pisa o de Constanza- para poner fin a esta disputa. No se debe esperar 40 años –ni tampoco a un Martín V- para terminar lo que considero un Cisma criollo.

 

Nelson Totesaut Rangel

@NelsonTRangel

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