Caracas, 19 de febrero de 2017
Esta palabra: “hiperinflación”, provoca escalofríos. Para muchos, ya estamos sumidos en ella; con la subida crónica de los precios de bienes y servicios. Para otros, quienes parecen encontrarse en negación, la hiperinflación es un espectro lejano. Para todos, es el último estadio al que quisiéramos llegar, ya que representa aquel escenario apocalíptico.
Las consecuencias de una hiperinflación son desconocidas. Todos saben que algo sucederá, pero no con exactitud qué.
La palabra en sí despierta los peores temores humanos. Suscita el terrible fracaso de la República de Weimar (1918-1933) y la guerra que luego desató. Nos recuerda a las imágenes históricas de personas trasladando el dinero en carretillas para comprar alimentos, los niños haciendo castillos de “naipes” con billetes y la utilización del papel moneda como sustituto de leña para el fuego.
Las consecuencias de una hiperinflación son desconocidas. Todos saben que algo sucederá, pero no con exactitud qué. Es lógico que un país sumido en tal magnitud de crisis explote sin nada más que perder. El ejemplo lo tenemos con la Segunda Guerra (o guerra innecesaria, como le llamaría Churchill), que fuera consecuencia directa de la crisis inflacionaria y, en donde, por cierto, pese a lo que digan algunos historiadores, el gran victorioso fue Alemania; al menos desde el punto de vista económico.
En Venezuela no vivimos una hiperinflación. De hecho, lejos de ella estamos. Si bien el parámetro hiperinflacionario estima una constante de 50 puntos mensuales por, al menos, 3 meses seguidos, según el informe de la firma Torino Capital LLC, se presume que la inflación para el año 2016 fue de 404%, cosa que, si bien nos posiciona en un país con una alta inflación -según la prestigiosa firma- estamos lejos de llegar al temible superlativo.
Ahora, ¿qué tan lejos de ella realmente estamos? Esto es relativo. Pero podríamos conjeturar y dar una respuesta desde el punto de vista salarial. Pese a que el Gobierno nacional se jacte de subir el sueldo mínimo a una velocidad sin precedente, la carrera la sigue ganando el porcentaje inflacionario; cosa que no es malo del todo. Si los sueldos estuvieran indexados a nuestra inflación, es decir, si subieran al mismo ritmo que ella, ceteris paribus, todo subiría constantemente. Las cosas se encarecen, los sueldos suben, las cosas se encarecen, los sueldos suben; se crearía un círculo vicioso que nos pondría en aquel escenario escalofriante hiperinflacionario.
Entonces, ¿estamos mejor así? Es difícil decir cuál es el caso “menos malo” ya que, si bien no estamos en hiperinflación, los precios suben a un ritmo superior al sueldo, diezmando la capacidad adquisitiva del individuo mes tras mes. Y si la indexación se diera, los precios subirían descontroladamente y el porcentaje se situaría, al cabo de poco tiempo, en cifras insostenibles.
¿Qué hacer? Parecemos atrapados en un laberinto económico. De esta forma estamos mal y de la otra estaríamos peor. La solución no es subir salarios, sino disminuir la inflación. ¿Cómo? Incentivando, la inversión privada (sobre todo extranjera), ¿de qué manera? Una forma podría ser flexibilizando y simplificando trámites para reducir la burocracia y disminuir la corrupción.
Según el informe Doing Business (2017) del Banco Mundial, Venezuela se encuentra entre los países más difíciles para hacer negocios, estando posicionado de número 187 de 190. Esto no es guerra económica, es una realidad que puede corroborar cualquiera que quiera emprender en el país. El informe sigue mostrando como constituir una empresa demora alrededor de 230 días, mientras que, en casi toda la región, el promedio es de 15. Y, peor aún, cuando la tendencia ha sido el disminuir la cantidad de trámites, Venezuela lidera el ranking regional al aumentar los suyos; pasando de tener 16, en 2003, a 20 en 2017.
Este es un problema económico, más no ideológico. Para muestra tenemos a nuestros hermanazos socialistas (Argentina, Ecuador, Bolivia, etc.) quienes en la última década han mejorado sus condiciones, simplificando trámites y promoviendo la inversión privada. Todo esto sosteniendo consignas revolucionarias, puesto entienden que sin plata no hay socialismo que sobreviva.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel
ntotesaut@sincuento.com