Caracas, 5 de marzo de 2017
Las interpretaciones históricas pueden distar de la historia en sí misma. Difícil es llegar a lo que realmente fue, sin estar condicionado por factores de cualquier índole. En aras de conseguir la narrativa cierta, la historia ha de ser abordada por hombres del futuro, ya que las pasiones de la época nublarían un juicio certero y, en cambio, los venideros estarán desvinculados de los prejuicios del ayer.
Filósofos como Popper buscarán el sentido de la historia. Él, por ejemplo, alertará que su significado reposa en lo que nosotros -los hombres- le damos a la misma. Es por ello que, si bien la historia “es lo que es”, debemos de cuidarla de las falsas lecturas, puesto que podrían hacernos desconocer el pasado y, peor aún, proyectarnos un futuro errado.
Por su parte Kant defenderá la idea de que la historia es todo menos fortuita. Los eventos se generan en un orden específico que nos hace ir, progresivamente, a aquel destino idealizado. Por consiguiente, no existe peor ejercicio concerniente a la misma que el ser contrafactual. La historia es lo que es (y no otra cosa), por lo que resulta absurdo crearse escenarios en búsqueda de lo que pudo haber sido. Sin embargo, es imposible no encontrarse tentados ante la seducción contrafactual. Y, como uno hace ejercicio del periodismo (y no de la historiografía), podemos abusar de nuestras facultades para adentrarnos en el campo de lo especulativo.
La crisis económica actual es la del modelo que no se superó. Es la crisis recurrente del petro-Estado que busca nutrirse únicamente de su mejor ingreso. La crisis del petróleo no ha sido superada en casi un siglo de explotación, llevándonos a padecer un mal que tiene nombre y apellido: la enfermedad holandesa.
Cualquier gobierno que se encontrase actualmente en el poder estaría en crisis.
Esta patología –grosso modo- refiere a un ingreso súbito de las divisas de un país, sobrevalorando la moneda y perdiendo la competitividad de las demás exportaciones. Entonces, si bien la apreciación de la moneda resulta algo positivo, su sobrevaloración genera un encarecimiento en la producción nacional y, ceteris paribus, pasamos a importarlo todo, puesto que sale más barato.
Luego, cuando se desploma el rubro que generó nuestro ingreso súbito (se podrán imaginar) todo colapsa. Sin embargo, las personas no sabrán discernir el verdadero motivo del caos, culpando al gobierno de turno. Esto es importante de precisar ya que, si bien las políticas actuales no han sido del todo certeras, la crisis no es culpa íntegra del gobierno bolivariano, sino de una enfermedad que no hemos sabido medicar.
¿A dónde voy con esto? Cualquier gobierno que se encontrase en el poder estaría en crisis. La misma no deriva de un imperio maligno, tampoco de una guerra despiadada financiada por un empresariado apátrida. Ni menos aún nos llega por parte de una oposición golpista, ni tampoco de un gobierno “que amanezca pensando en cómo joder al país” (Peña Nieto, 2017). La crisis proviene del “milagro” petrolero, el cual nos dio todo en su momento y ahora ataca con efecto regresivo.
Este es el punto en dónde empezamos con el ejercicio contrafactual: si Capriles hubiese ganado las presidenciales, tuviéramos un gobierno de Primero Justicia, también en crisis. Esto le habría caído como anillo al dedo al chavismo, ya que la gente asociaría la crisis con el imaginario gobierno, y no con la realidad de la renta. Es decir, si estuviéramos gobernados por ellos, imperaría la idea de que “en el chavismo se vivía mejor”; consigna, por cierto, explotada por AD, aprovechándose de la mala memoria del venezolano.
Vamos a pensar en el chavismo a largo plazo para entender esto mejor. Una derrota en el año 2013 habría resultado una victoria a futuro. Puesto que sus fuerzas, siendo mucho más cohesionadas, los convertiría en una férrea oposición, y su reestructuración les habría impulsado una victoria segura en 2019.
En cambio, ¿cuál es el escenario actual? Un desprestigio del chavismo producto de la crisis y, si bien existe una oposición que no ha podido capitalizar completamente dicho descontento, el desprecio mayor se lo lleva la tolda roja, porque, al fin y al cabo, todo se resume en quién maneje el barco.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel
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