Caracas, 7 de abril de 2017
Soy un convencido de los conceptos progresistas de la historia. Desde la ilustración, la historia es vista como una consecuencia lineal de hechos que, entre otras cosas, no se repiten. Múltiples filósofos de esta doctrina han aseverado que la historia es todo menos fortuita: los hechos se desenvuelven en una genialidad inexplicable que dará cabida a algo que los humanos, capaz, ni sepamos interpretar. Es por esto que la historia es; y más nada.
No obstante a lo antes expuesto, los humanos solemos hacer una errada interpretación de los hechos lineales, cayendo en la idea de que la historia es cíclica. Pese a que la escuela ilustrada pareciera haber tumbado estas falacias, evidencias actuales nos hacen llegar a un falso panorama de que los eventos del presente son similares al pasado y, posiblemente, los futuros serán similares a los hechos presentes.
“El resurgimiento”, título de éste artículo, refiere a eso. Una eventualidad cíclica sobre la reaparición de una realidad histórica; en este caso: la derecha en Latinoamérica. Su primera consagración se da bajo un escenario distinto: la guerra fría, en donde el mundo tuvo que tomar partido entre dos ideologías (en Latinoamérica no teniendo mucha opción por la fuerte presencia gringa), dividiéndose, y llevando a los diestros al poder, y a los zurdos a la montaña. Luego, al caer la URSS, Estados Unidos teme menos por la amenaza comunista, dejando así respirar a los revolucionarios, empezando a vivirse una amalgama ideológica que impulsó con ímpetu el nacimiento de la otrora izquierda ahora gobernante.
No obstante esto, años después de gobiernos “revolucionarios”, la izquierda desgastada por el poder (y los otros siempre asechando su retorno), empiezan a perder fuerza ante los rivales quienes se adaptan como un camaleón. La lentitud en esta adaptación se debió a las diferencias en el plano político-social que se introdujeron; las cosas habían cambiado. Sin embargo, bañados de pueblo, los dirigentes de cuello blanco y maletines Vuitton, debieron de hacerse de las prácticas del vulgo para recobrar su simpatía. Ahora, siendo maestros del disfraz, logran resurgir bajo consignas mixtas que enmascaran lo que realmente son. Algunos, incluso, atrayéndose más hacia el centro, para despegarse de la infamia que tienen ambos lados y venderse como una “corriente media”.
Otra explicación parece ser el mismo desgaste del populismo, el cual surge en reacción al status quo. Cas Mudde, en columna para The Guardian, define al populismo “como una forma democrática no liberal que surge en respuesta a un liberalismo no democrático”. De esta forma, se constituyen “democracias concentradas” que ignoran la separación de poderes, ya que ven a la misma como una amenaza para consolidar el nuevo Estado. Estas democracias populistas (comunes en Latinoamérica) ven la disidencia como una amenaza, concentrando todo el poder, bajo la idea de que saben lo que le es mejor al pueblo.
Sea por el motivo que sea, el resurgimiento es notable. Por un lado tenemos los retornos exitosos: Argentina con Macri, perfecto ejemplo de Empresario-Presidente (en ese orden). En Colombia a Santos, aristócrata por nacimiento, destinado a ser Presidente al nacer. En Chile con el posible retorno de Piñera, que dicen que vuelve repotenciado y en Brasil al Conde Temer, haciéndose del poder como le fuera posible. Por otro lado están las elecciones que, si bien no son exitosas, marcan precedente: Ecuador con Lasso, quien aumentara su número de votos en relación a su candidatura anterior. Bolivia y el fracaso de la reelección indefinida. Y, por último, Venezuela, con la pérdida del parlamento y el aumento del rechazo al primer mandatario nacional.
Por ahí se aproximan, de que vuelven, vuelven; su retorno es innegable. El mapa ideológico regional parece volcar su rumbo. Su auge fue tardío por no estar acostumbrados a ser oposición. Cosa que no le ocurrirá a la izquierda ya que, luego de la lucha armada, la batalla electoral les parecerá un juego de muñecas.
Nelson Totesaut Rangel
@NelsonTRangel
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