Caracas, 25 de junio de 2017
¿Cómo se puede vivir en un país sumido en tanto odio fraternal?
La pasada reunión de la OEA, en México, dejó mucho en evidencia. Lo primero, con 20 votos a favor, la abrumadora coalición que existe contra Venezuela. Esto, en contraste con los 5 piches votos de quienes afirman una posición favorable al gobierno bolivariano. Pero, más difícil aún, es interpretar aquellos que apelaron por el silencio. Quienes se abstienen de ejercer su voto se comprometen, a su vez, en todo y en nada. Por un lado, los férreos opositores al chavismo, lo leerán como “cómplices” al modelo rojo. Empero, esta lectura es incompleta y generalizada. Si se evalúa quienes fueron aquellos 8 que prefirieron callar, se podrá evidenciar que hablamos de ex-aliados de la Revolución, que ahora callan para no demostrar descaradamente su divorcio con el actual rumbo de nuestra nación.
No obstante esto, nuestra resolución interna de conflictos, dista mucho de la elevada diplomacia que se practica en estos organismos internacionales. En lo interno, tenemos múltiples problemas sin aparente solución. Algunos son:
Problema semántico.
El primero responde a una aclaratoria de carácter semántico. En Venezuela existen dos bandos que se califican mutuamente como criminales. Uno, es el “narco-gobierno asesino” y, el otro, los “terroristas fascistas a sueldo”. Ambos calificativos exceden la realidad. De ser un gobierno asesino, las cifras presentadas se asimilarían más a las de Auschwitz, y no a las de nuestra –terrible- delincuencia cotidiana. Y, si fuera una oposición mercenaria, el benefactor estaría totalmente arruinado, ya que estamos hablando de millones de personas los que abogan por un cambio de gobierno.
Problema mediático.
Los medios siempre han jugado un papel esencial en la coyuntura. Si bien, en lo interno, el gobierno controla la difusión de la mayor parte de imágenes televisivas (ni hablar de la exageradísima utilización de la cadena nacional), la oposición goza de una audiencia que ha migrado totalmente a la internet. Al no existir una regulación clara del espectro web, se han consolidado cientos de canales para trasmitir la postura de los opositores. Esto, si bien no es del todo negativo, representa un problema fatal al momento de la manipulación de la noticia. No existen filtros ni responsabilidad, se ejerce el periodismo arbitrariamente, todo esto acrecentando la paranoia de las personas, que encuentran esta vía como la única posible para informarse.
Problema electoral.
¿Constituyente? ¿Gobernadores? ¿Alcaldes? ¿Revocatorio? Se creó una sociedad dependiente de lo electoral y ahora se pretende cercenarla de este vicio. Primero con el revocatorio, luego con las elecciones de gobernadores y alcaldes; el Gobierno pospone la vía –bajo triquiñuelas legales-, apostando por un escenario que le sea más favorable, en donde pudiese ganar la contienda. Ya que saben que si se sometiesen en estos momentos a la aprobación multitudinaria, no habría posibilidad de victoria. Es por ello que se lanza la constituyente, apostando por el error repetido de la oposición; abortando el camino electoral y cediendo plenamente el paso a una victoria aplastante de la marea roja.
Problema social.
El más preocupante de todos, el cual se ha encargado de nutrir los otros y, a su vez, los otros se han encargado de nutrir –recíprocamente- a este. La polarización conoce su cenit con la muerte de personas (y/o animales), los cuales sirven como combustible para un colapso de la sensatez humana. Nos encontramos sumidos en el vórtice del odio, el cual promete consumirnos como sociedad. Y, si dejamos que esto siga creciendo, no tendremos país que construir, ya que todo empieza por el consenso de las partes; piedra fundamental de cualquier relación contractual.
Nadie quiere buscar una solución en conjunto, sino que se apuesta por la desaparición forzosa del otro. ¿Cómo se puede vivir en un país sumido en tanto odio fraternal? No se puede y por eso debemos dejar de vernos como enemigos irreconciliables y empezar a apostar por la reconstrucción de la sociedad. Las democracias no son perfectas, tienen fallas, y cuando todo lo demás colapsa, poseen un mecanismo propio de reinicio: las elecciones.
@NelsonTRangel