Caracas, 13 de agosto de 2017
Hace ya 5 centenas (1517), un monje agustino publica su indignación ante el descaro de la iglesia católica en vender indulgencias. Las mismas servían para exonerar el alma del hombre de su merecido tiempo en purgatorio. ¡El purgatorio era un escándalo! Todo el daño que se hacía en vida se retribuiría ahí dentro. De esta forma, y pensando en como no caer en bancarrota, el negocio de la iglesia prometía ser bastante lucrativo. Tanto así, que para muestra tenemos la magnificencia de la Basílica papal de San Pedro (inicio de la obra: 1506), la cual nos servirá para especular a donde se iban esos reales. Y, teniendo en cuenta lo que decía Johann Tetzel (comisionado por el Papa León X para la venta de indulgencias): “Tan pronto como la moneda suena al caer, el alma sale del Purgatorio”, la adquisición de dicha dádiva se convertía en suculenta tentación imposible de no querer.
Martín Lutero (1483-1546), monje del cual hacemos referencia, era un académico que lejos se encontraba de querer atentar contra su iglesia. ¿Su intención? La denuncia plena y simple, y por medio de un comunicado que no excedía las 2 cuartillas, publicado en la puerta de la iglesia de Wittenberg (Alemania) ante una sociedad de analfabetas. Es decir, “el hombre que provocó aquel incendio” (como él mismo se referiría a su persona) lejos se encontraba de querer generar un cataclismo. Sólo que, haciendo una lectura precisa de los cánones eclesiásticos, era consciente de que el individuo es capaz y dueño de su proceso de salvación.
Este es el problema con los dogmatismos: no aceptan disentimiento.
Empero, las 95 tesis fueron tomadas como herejía escrita, lo que llevaría a una persecución desde San Pedro al pobre profesor universitario. El Papa, mediante la Bula Exsurge Domine, le permitía al monje retractarse de lo escrito. No obstante, siendo un prisionero de su consciencia, terminó, el 3 de enero de 1521, excomulgado por planteamientos meramente reflexivos de temas teológicos: la penitencia y el purgatorio. Repetimos: ¡lejos se encontraba de querer atentar contra los poderes constituidos!
Este es el problema con los dogmatismos: no aceptan disentimiento. Los procesos más radicales terminan sucumbiendo en su propia ceguera. La crítica fundamentada es vista como traición, lo que puede generar el colapso del sistema, por no ser asumidas con la responsabilidad ameritada. Cuando Lutero hizo pública sus tesis, su intención reflejaba todo menos discordia. Era un fiel creyente católico que quería ventilar un reproche en un mundo en donde pensar distinto era crimen so pena de excomunión. Cuando la realidad es que el disentir enriquece, no importa de que tema se trate.
Poco a poco, como sociedad, hemos ido democratizando el pensamiento. Pero la tentación de la hegemonía idílica sigue presentándose latente en nosotros. Cada vez que una revolución se radicaliza, encuentra su mayor enemigo en sí misma. El peor enemigo de una revolución son quienes la exageran, la extreman al punto de no concebir como posible la peripecia de pensar distinto.
Cualquier movimiento radical suele ser tildado de revolucionario, y viceversa. Las Revoluciones tratan de solventar los problemas, manteniéndolos vivos. Los remedios aplicados constituyen parte de la enfermedad, ignorando la sórdida necesidad de evaluarse y de flexibilizar sus doctrinas. Así le pasó a la Iglesia en 1517, la reforma llevaría a dos siglos de guerras en Europa y, un profesor de 34 años, le haría perder a la iglesia un poder que jamás recuperaría. Más ejemplos por doquier. Pero entre los más evidentes se encuentra la Revolución Francesa, un movimiento que terminó devorando a sus hijos, arrojando un caos que le costó la vida a miles y la paz a millones.
La historia es una excelente maestra, que no nos queden dudas de ello. Si bien los procesos jamás se repiten, las enseñanzas arrojadas serán invaluables al momento de comparar hechos de índole semejante. Por ello hay que recordar la lección luterana, un individuo que quiso pensar, en un mundo en donde estaba penalizado hacerlo.
@NelsonTRangel
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