China es un país de superlativos. Es la segunda mayor economía, el primer país más poblado y -algunos argumentan- está dirigido por el hombre más poderoso del mundo. Además, es un claro ejemplo de una dictadura civil con un modelo de partido dominante. Es por ello que hacer una aproximación a su sistema de gobierno resulta interesante. Por un lado, para darnos una idea de su funcionamiento; por el otro, para proyectarnos sobre una eventual democratización.
Xi Jinping, ha logrado tener tanto poder como Mao en su momento.
Líderes
En sus 5.000 años de historia, China jamás ha sido una democracia. El confucianismo (corriente de pensamiento dominante por siglos), promueve la lealtad hacia los emperadores y hacia las dinastías seleccionadas por Dios. A comienzos del siglo XX la última dinastía, el Imperio Qing, terminaría, abriendo paso al sistema vigente en nuestros días: el comunista. El culto a la imagen del líder, es uno de los claros elementos que impiden una posible democratización. El “Gran Salto Adelante” de Mao, tomó la vida de 30 millones de personas por hambruna; pero el amor de sus seguidores prevaleció casi intacto. Deng Xiaoping fue amado por distintos motivos. El no quiso apropiarse del aura de divinidad de Mao, pero sus acertadas políticas económicas mejoraron los estándares de vida considerablemente, lo que le ganaría afecto y aprobación colectiva.
Hoy, Xi Jinping, ha logrado tener tanto poder como Mao en su momento. El segundo ha sido la persona que ha acumulado más poder, sobre el mayor número de personas, por el mayor período más largo de tiempo. Las condiciones de Xi apuntan para destronar al camarada Mao. Esto, se puede evidenciar, en el último Congreso del Partido Comunista, en donde Jinping se abstuvo en dejar un claro sucesor, cosa que abre la idea de que se encuentra lejos de sacar las pantuflas y ceder ante el ocio.
Economía
Probablemente el otro factor que se disputa por preponderancia con el anterior, será el desarrollo económico. Si bien algunos autores asocian la evolución socioeconómica con las perspectivas democráticas, este está lejos de ser el caso chino. El apoyo político al régimen crece a medida que su bienestar social lo hace. Es decir, a los chinos les importa más el crecimiento económico, la educación, la salud pública y la eficiencia en general, que los imperativos políticos que pueden oscurecer el fin final de las políticas públicas. Entonces, un gobierno eficiente (sea totalitario o no) genera la legitimidad política y el apoyo popular necesario para seguir en pie.
Como ejemplo de esta eficiencia, tenemos la crisis financiera del año 2008. Gracias a las rápidas políticas aplicadas por el gobierno central, China fue el primer país en recuperarse de la misma. Esto demostró la determinación y la habilidad de liderar el país (en protección al bienestar colectivo), en contraste con países de similares dimensiones (pero democráticos), como India, cuya respuesta fue mucho menos eficiente, en detrimento de su población. Todo esto ha llevado a que el Partido Comunista se encuentre en el punto más estable de su historia. Más del 80% de los ciudadanos que viven en áreas urbanas no piensan en cambiar el gobierno. Y, el proyecto político de Xi Jinping: “Cinturón y Ruta de la Seda”, parece haber captado las expectativas de la mayoría de la población.
Democratización
Pese a todo lo expuesto, ha habido tímidos esfuerzos democratizadores en el país. La Masacre de la Plaza de Tiananmen (1989) fue un ejemplo de que el PCC no le tiembla el pulso al momento de reprimir cualquier situación subversiva. Otro ejemplo es Liu Xiaobo, quien escribió sobre los beneficios democratizadores en China, lo que le llevó a ganar el Premio Nobel de la Paz y 11 años en prisión, hasta su muerte en el 2017. Al final, el pensamiento de Xiaoping impera: no importa de qué color sean los gatos, con tal de que cacen ratones. Así es China, un país polémico que no se enfrasca en dialéctica ajena, cosa que le ayuda a ser lo que Stein Ringer califica como “La Dictadura Perfecta”.
@NelsonTRangel
ntotesaut@sincuento.com
*con la colaboración de Ching Man Ma y Roberta Verbanac