Nos encontramos frente a una nueva elección. Como todas las nuestras, responde a un escenario insólito, en que confluyen el caos político, la crisis económica y nuestros absurdos dirigentes. Para tratar de entenderlo, hablar del diálogo es parada obligatoria. Si bien es un mecanismo noble, se ha llevado con vergonzosa confusión. Las mentiras de lado y lado, y la falta de coherencia en la información dada nos refleja el poco respecto que los dirigentes nos tienen, y la constante necesidad de arrear a la gente en base a engaños nada piadosos. Espero equivocarme, pero pareciera que el fin de dialogar -el cual ha de ser la convivencia pacífica de las fuerzas políticas- está sesgado por un espectáculo vanidoso que quiere demostrar una falsa civilidad que buscan aparentar algunos. Ante esto, el diálogo demuestra estar viciado, asemejándose a una obra teatral para mantener entretenida a su público: la comunidad internacional y nosotros.
Mientras tanto aquí, en casa, tenemos una carrera electoral que no se siente como tal. Por un lado, un Presidente que vive en perpetua campaña. El eslogan, la música y la publicidad exacerbaba, no se distingue -ni en sus colores o mensajes- a la insólita propaganda prolongada que ya se empleaba previamente. Y es que Maduro está en una incesante campaña electoral desde el 2013, -y el chavismo desde el 2003- con la diferencia de que ahora reaccionamos ante un dizque fecha holgada que podría ser tanto mañana, como también en dos meses.
Pareciera que la actitud es de ganar tiempo
Por otro lado, contrincante pareciera no existir. Nombres brotan por doquier. Políticos de distintas generaciones, y hasta alguno que otro empresario con supuesta aspiración presidencial. Algunos partidos opositores les piden confianza a sus seguidores, mientras que otros empiezan a cantar fraude por adelantado; todo bajo el techo de una MUD que parece haber dejado de existir. Hay una imposibilidad por ponerse de acuerdo sobre quién sería el candidato. Demasiadas aspiraciones y, a la vez, muy pocas. Nadie quiere inmolarse en una presidencial sin una unión que lo respalde como en la era de Capriles. Y, en caso de que se fabrique esa unión, el gobierno se ha encargado de hacerle jaque mate a la mayoría de cabecillas que podrían representar una fuerza unitaria. Dejando estratégicamente a algunos que son bien difíciles de digerir por el metabolismo social.
Pareciera entonces que la actitud es de ganar tiempo. Ambos lados lo buscan. El gobierno (que conoce bien la fragilidad de la “unión opositora”) aplica esta estrategia desde el año 2015, cuando perdió la AN; cada día le es valioso para seguir desintegrando a su adversario. Y la oposición también, ya que fue nuevamente puesta contra las cuerdas con un cronograma electoral que -irónicamente- les llegó por sorpresa. No obstante, cada minuto que ambos sectores ganan hace que el país se consolide dentro de la tormenta que lo asecha; impidiéndonos de esta forma proseguir a la disipación de la misma.
En cualquier caso, todo este confuso desastre ha hecho que ciertos países tiren la toalla. Chile se levantó de la mesa del diálogo, y otros gobiernos, ya obstinados del chavismo, se adelantan al resultado de la elección y anuncian que desconocerán de una vez el mismo. Ya que consideran que, frente al grosero ventajismo rojo y la ridícula desintegración azul, la elección no es más que el plebiscito añorado por cualquiera: uno en el que no exista la opción negativa.
Muchos nos hemos querido dar consuelo en pensar que estamos viviendo un “momento histórico”. Pero, si bien la historia es interesante de leer y apreciar, dudo que aquellos que vivieron los abominables años de la República de Weimar, o las deficiencias alimentarias de la España del siglo XVI que describe el Lazarillo en su libro, puedan asegurar que valió la pena haber protagonizado el horror en persona. Por eso, quizás lo mejor sea asumir la situación como Lázaro de Tormes, como si viviéramos en una novela picaresca, dándonos cuenta de que, en vez de vivir tiempos históricos, vivimos en tiempos histriónicos.
@NelsonTRangel