Caracas, 1 de abril de 2018

 

El crimen de Lord Arthur Saville es otra de las obras ingeniosas proveniente de la pluma de Óscar Wilde. El cuento inicia en una de las exclusivas recepciones londinenses, de las cuales Wilde nos extiende invitación gracias a su maravillosa descripción del sitio. Lady Windermere es la anfitriona, pero Mr. Podgers es quien acapara la atención. Es un “quiromántico”, una suerte de adivino que predice el futuro mediante la lectura de la mano. Lamentablemente contaré el final, Podgers le profesa a Lord Arthur que cometerá un asesinato. De esta forma, Lord Saville sale desesperado pensando que no podría escapar de su destino.

Indudablemente la obra hace referencia a lo absurdo que resulta aquello que llamamos “destino”. Algunos le atribuyen la causa de todo, exonerándose la responsabilidad de sus propias acciones. El destino no es otra cosa que algo construido, algo que uno mismo crea. La ley de causalidad resulta más convincente para explicarlo. Todo efecto tiene una causa; cada acción una reacción. Lord Arthur desesperó, creyó demasiado en aquel supuesto destino y corrió a cumplirlo. Intentó dos veces y en las dos vaciló. Primero tratando de asesinar a su tía Clementina, una señora de avanzada edad, que moriría por sí misma antes de que Lord Saville lograra su cometido. Luego a un afanado coleccionista de relojes, a quién le regaló un artilugio explosivo, el cual nunca funcionó. Frustrado, entonces, forzó su destino hasta que acabó llevándose la vida del pobre quiromántico quien lo tentara al mismo, Mr. Podgers.

 Así es el humano, le gusta desligarse de su responsabilidad cuando le apena, y otorgársela cuando le apremia.

El crimen de Lord Arthur Saville es una genial burla al destino. Un personaje llegó al extremo de volverse un asesino por embriagarse del mismo. Estaba “predestinado a ello”, según creía. Y no dilucidaba que el llamado destino es algo que el mismo se construyó. Esta burla parece más viva que nunca. Nos apegamos a las malas jugadas de la vida y buscamos consuelo en misticismos imposibles de probar. Así es el humano, le gusta desligarse de su responsabilidad cuando le apena, y otorgársela cuando le apremia. Y, nunca, lo suficientemente maduro para darse cuenta de que no hay cosa llamada “destino”, sino causas y consecuencias. 

Venezuela resulta la prueba perfecta del enloquecimiento de Lord Saville. Mucho se ha comentado que el país está “destinado” a la grandeza. Siempre resaltamos las virtudes de nuestra tierra, como si eso fuera suficiente para llegar a aquel futuro brillante. La grandeza de un país no yace escrita en el destino del mismo, sino que se gesta por medio del esfuerzo de su gente. Los recursos naturales lejos están de constituir un destino próspero o caótico. Japón, no los tiene, y es la tercera economía del mundo. Noruega sí, y es el país con mayor bienestar entre todos. Porque, a la larga, el petróleo no es ni maldición, ni bendición, es simplemente una herramienta que debemos de emplear para construir nosotros mismos nuestro destino, termine siendo este bueno o malo.

Lo mismo ocurre con las venideras elecciones. Muchos (y por muchas causas), quieren arrojarse al destino. Eso sí, sin participar en el mismo. Sentados ante la expectativa de que las cosas muten por sí solas; a la espera de que un Mr. Podgers les lea la palma para luego poder actuar. Mientras tanto, el destino sigue su cauce, el destino fáctico, el creado por aquellos que con su acción crean una reacción. Porque, pese a todo, el destino será de esos que se crean capaces de construirlo, sin limitaciones, sin supersticiones. Lejos estamos de la época en que Wilde nos narraba la tragedia de Lord Arthur Saville, pero la misma creencia popular parece arraigada en nuestra sociedad. Y, al fin y al cabo, esperar sentados siempre será característicos del estancamiento. Ya que no será sino con la actuación de la mayoría, que los cambios realmente se gestarán. Por eso tan pocos se han dado, y por eso tan pocos se darán.

 

@NelsonTRangel

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