Caracas, 15 de abril de 2018

 

Harry Houdini fue un ilusionista y escapista húngaro que impresionó a la humanidad con sus trucos que coqueteaban con la muerte. Desde suspenderse en el aire con ataduras en sus pies y una pila de agua que prometía ahogarle; hasta atarse con esposas y ponerse camisas de fuerza como todo un loquero, sus innumerables actuaciones le reconocieron con un peldaño en el salón de la fama de los magos. Y, el indisputable premio como el más afamado maestro del escape de todos los tiempos.

No obstante, la política catalana ha sido el escenario debut de otro grande del espectáculo. Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat catalana, fue depuesto de sus funciones bajo la presunción de rebelión y malversación de fondos públicos por conducir la DUI (Declaración Unilateral de Independencia) el 27 de octubre de 2017. Todo esto luego de haber convocado un referendum separatista, el 1 de octubre del mismo año, en contra de las advertencias del ejecutivo, el Rey y del Tribunal Constitucional español.

Este espectáculo le sirvió. Tuvo en jaque al Estado español con su agudeza. Se movió por el continente europeo a sus anchas, dando conferencias sobre la “República Catalana”.

Màrius Carol, en artículo para La Vanguardia decía que “la república del 27-O fue un ilusión, igual que el referendum del 1-O que supuestamente la legitimaba”. Es por ello que resulta peligroso cuando el ilusionista se cree sus propias ilusiones. Y, siendo Puigdemont un grande del espectáculo, tenía que llevarla hasta sus últimas consecuencias, huyendo a Bélgica, para luego establecerse en Waterloo, desde dónde pretendía formar una suerte de “gobierno en el exilio” que se encargara de comandar a la Generalitat.

Este espectáculo le sirvió. Tuvo en jaque al Estado español con su agudeza. Se movió por el continente europeo a sus anchas, dando conferencias sobre la “República Catalana”. Incluso, el Presidente del Parlament, Roger Torrent, convoca para el 30 de enero el Pleno para la investidura de Puigdemont como Presidente, burlándose así al Estado Español que estuvo revisando minuciosamente hasta el alcantarillado porque creyeron que el gran ilusionista iba a presentar otra de sus obras maestras y aparecerse, a lo Houdini, en el medio de la sesión.

Esto le valió por días. Jugó con inteligencia y demostró encontrarse más adelantado que sus contrincantes. Al menos, eso se pensaba, ya que el pasado mes de marzo le llega a Finlandia la euroorden para su detención. Volviendo a hacer de las suyas, improvisó su escape, lanzó su pasaje de avión a la basura y decidió irse por tierra a Waterloo. Lo que no contaba es que los servicios de inteligencia españoles lo seguían de cerca y la intención era detenerlo en Alemania (donde tuvo que parar a echar gasolina) ya que el crimen de “rebelión” goza de similitudes con la legislación española. Así procedieron, y todo parecía que al gran escapista se le había acabo el espectáculo.

La reacción española fue inmediata. Unos celebraban a la par que otros protestaban. La tensión y polarización política volvía a manifestarse por medio de la misma figura: Carles Puigdemont. No obstante, la fiesta poco duró. Menos de dos semanas después, un tribunal alemán sorprendió a todos descartando el delito de rebelión y permitiéndole su libertad bajo fianza. 75.000 euros más tarde, el expresidente había logrado otro escape milagroso, nadie entendía el porqué.

El juez español del Supremo, Pablo Llanera, solicitó su extradición. No obstante, la Audiencia de Schleswig-Holstein consideró inadmisible el motivo más grave (rebelión), dejando únicamente a la “malversación de fondos” como el único factor que encadenan al presunto. Entonces, si España logra poner sus manos sobre Puigdemont, no podrá juzgarlo sino por esta materia, lo que le conferiría una pena de prisión de un par de años, en contraste con los demás miembros de su gabinete que enfrentan a una cadena de hasta tres décadas.

Esto, claro, si es que no sorprende con otro escape houdinista y le confieren la libertad plena sin si quiera servir un día en prisión. Total, si algo ha demostrado Puigdemont, es sus estupendas cualidades mágicas; ya sea creando ilusiones o demostrando su impresionante arte del escapismo.

 

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