Caracas, 6 de mayo de 2018

No pasan desapercibidos los abundantes comentarios que indican que debemos reconstruir el país. Indudablemente, la tormenta pasará, y habrá que trabajar sobre lo que nos deje el mal tiempo. Pero, siempre teniendo en consideración que construir sobre lo destruido es muy distinto a destruir para construirlo de nuevo. Lo primero, es necesario; lo segundo, un capricho que nos coloca en un punto más lejano de aquel deseoso futuro que todos anhelamos.

(…) cuando todo va adjetivado por el apellido “Bolívar” nos convertimos automáticamente en militantes sin opción

Digo esto con convencimiento y preocupación. Si el deseo que impera es el de acabar con lo poco erguido, seremos todos cómplices del desastre. Esta ha sido la actitud de la Revolución Bolivariana, con su ímpetu por desacreditar y desmantelar lo previo a ella. La identidad de nación fue totalmente reformada, empezando por sus símbolos. Desde el punto de la numismática (la moneda), la heráldica (el escudo), la vexilología (la bandera) e, incluso, desde la perspectiva de la antropología (el nombre), fuimos convertidos de la noche en la mañana en otra cosa, siendo nosotros mismos.

 La reacción a esto era de esperarse. A las generaciones más conservadoras les sobraban argumentos para ser renuentes a dicho cambio. No todos estamos preparados para aceptar la metamorfosis de nuestra identidad. Hoy, dos décadas después de este cisma, pareciera volver a plantearse lo mismo: desmantelar todo lo actual y crear algo completamente nuevo. Esto, como poco, es un claro ejemplo de la falta de reconciliación que tenemos como sociedad.

Los ánimos de hoy en día son derivados de factores fácticos e ideológicos. Por un lado, hay que tener en cuenta que la arquitectura de un país ha de hacerse por medio de la integración de toda su población. Poner etiquetas es una actitud discriminatoria desde todo punto de vista. El ejemplo más claro es el bolivarianismo, corriente derivada del pensamiento del Libertador. Imponer su credo es una práctica medieval que caducó con el imperio de los estados laicos. Hoy en día, cada quien puede escoger en qué creer, o en qué no hacerlo. Pero, cuando todo va adjetivado por el apellido “Bolívar” nos convertimos automáticamente en militantes sin opción. Nos volvemos miembros forzados de un culto que pretende definirnos como nación.

Por otro lado, los factores fácticos son más evidentes. La crisis económica ha acabado con la productividad del país. Y, más importante aún, nos ha demostrado una vez más que el petróleo es algo del cual tenemos que prescindir cuanto antes. Para esto necesitamos una nueva arquitectura económica, que se adapte a la realidad social. Pretender modificar todos los planos, de manera forzosa, nos llevaría a generar otra realidad igualmente aislante.

A la mente se me viene el ejemplo de Lisboa, una de las ciudades más antiguas de Europa occidental. Solo Grecia se puede adjudicar el primer peldaño con sus antiquísimas Ciudades-Estado. Pero, Lisboa no se queda atrás; ya que su longevidad le gana, incluso, a Roma. Pese a esto, en el año 1755 un fortísimo terremoto (proseguido por un tsunami) acabó con la mayor parte de la ciudad. Solo el barrio árabe de la Alfama siguió en pie, lo que implicó tener que reconstruir aproximadamente el 85% de la urbe. Incluso, el Palacio Real se vendría en ruinas, ya que la catástrofe natural no discriminó entre ricos, pobres o nobles.

Aquí entró en juego un personaje histórico, el Primer Ministro del Rey José I, el afamado Marqués de Pombal. Con su ingenio, visualizó una Lisboa nueva, moderna. Aprovechó lo destruido para construirle encima una ciudad que se adaptase a las demandas del siglo XVIII. Así, el Marqués será recordado en la obra de Louis-Michel van Loo, como aquel que pudo reconstruir con genialidad y pragmatismo una ciudad totalmente devastada. Abriéndole a Lisboa las puertas de su futuro, sin tener que cargar las penurias de su pasado. Al fin y al cabo, hay que recordar su frase más célebre posterior al momento apocalíptico: “hay que enterrar a los muertos y alimentar a los vivos”; quizá eso es lo que necesitamos en Venezuela: dejar descansar a aquellos que queremos mantener vivos, por medio de la ideología.

@NelsonTRangel

www.netrangel.com

nelsontrangel@gmail.com