Caracas, 20 de mayo de 2018
“Dios ha muerto. Y nosotros lo hemos matado”. Con esto, Friedrich Nietzsche revolucionó nuestra consciencia de una manera insólita. Si bien Dios tenía muerto un rato (cosa que otros autores ya venían pregonando), Nietzsche termina de poner la firma sobre su acta de defunción, quedando el hombre huérfano en el mundo, luego de haber sido responsable de un crimen de lesa divinidad.
La muerte de Dios en nada debemos celebrar. Según el mismo autor, junto a él muere también la moralidad cristiana. Ahora, el hombre se regirá por su propio código ético, sin nada más que lo juzgue; pasando a rechazar las leyes morales y universales que se instauraron con el cristianismo. Por su parte, las iglesias se vuelven tumbas de la religión, y las personas nos convertimos en el típico loco nietzscheano, que divaga en el mundo desprovisto de su fe. Así, si bien creemos que hemos evolucionado y avanzado como sociedad, fallamos en ver que nuestro crimen quizá fue un triunfo para la razón, pero una derrota para la moral.
Lejos me encuentro de querer evangelizar a los lectores. Ni vendo indulgencias, ni poseo un complejo de sacerdotal.
La fe y la razón han de estar separadas. Cada una puede tener un rol en la sociedad sin buscar aniquilarse entre ellas. La Iglesia acogió, por siglos, lo que la tecnología fallaba en probar. Luego, al esto cambiar, la reestructuración de la misma tuvo que adecuarse a su verdadero propósito terrenal: predicar. Estos cambios no fueron fáciles. La ambición eclesiástica no quería ceder en sus espacios, lo que los llevó a cometer grandes injusticias. Así, hasta que el reformismo cristiano prevaleció mediante la Paz de Westfalia (1648), y Dios pasaría a perder gran parte de su poderío. Doscientos años más tarde Nietzsche escribiría La gaya ciencia, en donde mataría a Dios. Yhoy, cuatrocientos años más tarde, vivimos en un mundo mayoritariamente laico, cuya población es bastante indiferente a lo espiritual, enfocándose más en lo terrenal.
El lunes 7 de mayo se celebró la Met Gala, en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, EE.UU. Dicha fiesta privada ocurre el primer lunes de mayo y es organizada por Anna Wintour, la editora en jefe de la revista Vogue. De más está decir que a la exclusiva gala se puede acceder únicamente por “invitación”. No obstante, comillas se han de colocar en la palabra, ya que el costo de una entrada sencilla ronda los $30.000 dólares estadounidenses; el de una mesa, los $275.000. Con un aproximado de más de 500 invitados, la Met Gala promete recaudar una generosa suma que sería destinada al instituto del vestido. Lo curioso de este año es que el tópico de la pasarela fue sobre moda y religión católica. No obstante, en vez de presentar alternativas para aquellos consagrados a llevar una vida monástica, pareciera que el espectáculo sirvió como burla hacia quienes han prestado juramento a una orden religiosa.
Tan solo basta con mirar Rihanna para sentir bochorno del espectáculo. No fue la minifalda, ni su escotado vestido lo que llamaron poderosamente la atención. Tampoco la túnica que podía hacerse pasar por una capa cualquiera. Sino la mitra que reposaba en su cabeza, la cual era lo que terminaba de disfrazarla como si de un carnaval se tratara. Esta indumentaria episcopal merece respeto, ya que quienes la utilizan son importantes figuras de la iglesia, y lo hacen atendiendo a celebraciones litúrgicas.
Otros ropajes también se vieron. Todos de blanco y con cruces doradas por doquier. Pero no cabe duda que fue el diseño de Maison Margiela -responsable por el vestido con mitra de Rihanna- el que acapararía mayor atención. No pongo en entredicho las cualidades artísticas de Margiela, pero ha de informarse más antes de aventurarse con trajes religiosos, ya que parece ignorar las reglas que rigen este mundo las cuales, entre muchas otras, son: celibato, obediencia, pobreza y castidad. Y, con vestidos de alta costura, en donde lo más expuesto es la piel, dudo que las anteriores mencionadas puedan ser de fácil cumplimiento.
Lejos me encuentro de querer evangelizar a los lectores. Ni vendo indulgencias, ni poseo un complejo de sacerdotal. Pero ya matamos a Dios, ¿ahora también vamos a burlarnos sobre su tumba?
@NelsonTRangel
nelsontrangel@gmail.com