Caracas, 24 de junio de 2018

 

Venezuela vive en un romanticismo. De hecho, lo hace desde hace siglos. La corriente pasional subversiva siempre quiere chocar con la racional. La rebeldía de los actores es exaltada y la revolución por la libertad es el norte de nuestra conducta. De nuestros literatos románticos, particularmente me gusta Juan Antonio Pérez Bonalde. Quizá sea porque no puedo dejar de recordar el hermosísimo poema Vuelta a la Patria en tiempos de éxodo masivo. Como Pérez Bonalde reza, espero que algún día, más temprano que tarde, los venezolanos puedan decir con fervor: ¡al hogar, al hogar, que ya palpita por él mi corazón! Así, sin rumbo atrás.

Algo que se escapa de ser un deseo romántico es la necesidad que tiene Venezuela por una oposición.

El problema con el romanticismo es cuando se acoge fuera de la literatura y se enarbola como forma de vida. El escritor lusitano, Fernando Pessoa, en Libro del Desasosiego (Acantilado) nos asegura que todo el mal del romanticismo consiste en la confusión entre lo que nos es necesario y lo que deseamos. De igual forma, en Venezuela estamos necesitados de muchas cosas, y deseando mil más. El problema es que no priorizamos cuáles son las que realmente nos urgen y, cuáles otras, son meros deseos románticos.

Algo que se escapa de ser un deseo romántico es la necesidad que tiene Venezuela por una oposición. Más allá de los anhelos de cada quien, la urgencia que tiene el país ha de sobreponerse a ellos. El otro día, el exsecretario de la MUD, Ramón Guillermo Aveledo, en entrevista para Globovision, dijo que la oposición se encuentra “fraccionada, separada, buscando lo mismo por distintos caminos”. Si bien esto no es ningún secreto, sirve para refrescarnos que hoy, 24 de junio de 2018, Venezuela pasa una de las peores crisis políticas de su historia. Reflejada, por ejemplo, en la elevadísima abstención de las pasadas elecciones presidenciales.

Esta crisis política no nos es ajena. El espectro de la antipolítica vuelve al acecho. Si bien su consecuencia es distinta, la pudimos ver en el pírrico porcentaje que votó el 20 de mayo: 46%. No faltan aquellos que alegan que ese porcentaje es elevado en contraste con otros países. Tampoco le falta razón a su argumento comparado. Pero, es más preciso ver las cifras desde adentro. Ya que cada sociedad es distinta; y, para evaluar el impacto de la elección del 20 de mayo, resulta ridículo acudir a demás países. Solo viéndonos a nosotros nos damos cuenta del desastre: la abstención presidencial más alta de nuestra historia democrática.

“Y es que el desprecio de la política es un hecho social demasiado grueso y negligente como para pasarlo por alto; demasiado ominoso para no verlo a la cara”. Estas palabras, del célebre discurso de Luis Castro Leiva ante el Congreso de la República el 23 de enero de 1998, siguen en vigencia. En la ponencia, alertaba que cultivar la “antipolítica” era una manera de destruir la democracia. ¿Y acaso la abstención no es más que una forma de cultivarla? ¿O, más bien, es el fruto de ese cultivo?

Si bien algunos puedan justificar que abstenerse fue, al fin y al cabo, una actitud política (cosa convencible); nadie podrá decir lo mismo sobre la inexistencia de una oposición. En la misma entrevista a Globovision, Aveledo, recordó que la oposición venezolana “tiene unos deberes y son, por un lado, presentarse unida, poner de lado lo menos importante y poner por delante lo principal, que es el compromiso del país”. Si bien no lo dijo, a mí me pareció un llamado al fin del conflicto romántico. Un cese a aquel ideal rebelde embellecido por la libertad, enfocándose en lo realmente pragmático: crear una oposición.

Todos estamos sumidos en el dilema romántico. Se desea, de forma pasional, descartando la solución racional. Según Pessoa, es humano querer lo que necesitamos, es humano desear lo que no necesitamos, pero nos resulta deseable. Lo que es ya enfermedad es desear con igual intensidad lo que es necesario y lo que es deseable. Así nos encontramos, Venezuela entera, deseando el mal romántico que, al fin y al cabo -como diría el escritor portugués-, no es más que “querer la luna como si hubiera alguna manera de obtenerla”.

 

@NelsonTRangel

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