Caracas, 12 de agosto de 2018

En los últimos años la diáspora venezolana ha incrementado dramáticamente. A nadie  le sorprenderá que esto ocurra. Con una inflación diaria de casi el 3% -contrastada con países vecinos que, como Colombia, tienen una anualizada del 4%- y un deterioro vertiginoso y sistemático de todo, el abandono del suelo nacional se ha convertido en una opción generalizada y cada vez más compartida. Insisto, cosa que nada sorprende.

No obstante, no siempre fue así. Nuestra sociedad se ha constituido con un crisol de razas desde el momento de la colonización. Grandes oleadas migratorias nos han arrojado una ciudadanía mixta. La más reciente, la que empezó a mediados del siglo pasado, en donde recibimos alrededor de 1 millón de extranjeros, para una población que solo contaba con 5 millones de habitantes. Entre estos, importante es resaltar a los italianos. Hoy, sus descendientes constituyen más del 6% de nuestra población. Ellos, que han llegado tan temprano como Agustín Codazzi y tan tarde como los hermanos D’Ambrosio, han pasado a formar parte de nuestra historia y de nuestra evolución como sociedad.

pese a que siempre exista algún fruto podrido que busque contaminar el resto del canasto, haciendo un balance general, nadie podría decir que la ola migratoria italiana haya sido negativa.

A propósito de esto, cabe acotar que los italianos se han sabido distribuir por todo el globo. Y, pese a que siempre exista algún fruto podrido que busque contaminar el resto del canasto, haciendo un balance general, nadie podría decir que la ola migratoria italiana haya sido negativa. De hecho, el día 8 de agosto se conmemoraba el desastre de la mina Bois du Cazier (Bélgica). Ese día hace 62 años, en 1956, un desastre cobró la vida de 262 mineros, de los cuales 136 eran italianos. Este evento, además de haber sido un verdadero desastre, volvió a resaltar la característica migratoria de ese país. A razón de ello, el Ministro de exterior Enzo Moavero Milanesi, recordaba que su país ha sido una nación de emigrantes, quienes han salido al mundo en búsqueda de trabajo como extranjeros. Cosa que, lamentablemente, hay que estar mencionando hoy en día. Ya que hay un sentimiento xenofóbico de frente a la llegada de aquellos que arriban en búsqueda de mejores condiciones; cosa que ellos siempre lo hicieron.

El movimiento de extrema derecha 5 estrellas y el Ministro de Interior Matteo Salvini, han sabido capitalizar el descontento poblacional y redirigirlo a una única causa: la amenaza extranjera. Pese a que si vemos las cifras de la llegada de foráneos en tierra italiana, podemos apreciar un descenso considerable. En un año, las llegadas han bajado en un 55% y, pese a que solo el 6,7% de su población es foránea, el ciudadano promedio piensa que se trata de un 24,5%. La realidad nos demuestra que hay más xenofóbia que personas. De hecho, si lo comparamos con Francia e Inglaterra -que son países europeos con una población similar, 60 millones- vemos que, en contraste, los últimos dos poseen una población de alrededor de 12% de inmigrantes; es decir, el doble que Italia. Además, de ese 6,7% en suelo italiano, el odio se concentra contra los rumanos, albaneses y marroquíes, siendo ellos el 20%, 9% y 8%, respectivamente.

No obstante, el sentido de desprecio al afuereño crece. Está en el colectivo la idea de que el estado se desangra ocupándose de ellos, mientras que los mismos le roban las posibilidades a los nacionales. Se desconoce, entonces, que Europa se encarga mancomunadamente del trabajo. No solo destinándole al año 600 millones de euros a Italia para que lidie con este problema, sino también creando acuerdos con los países vecinos (por ejemplo, el que se hizo con Turquía para disminuir las llegadas desde Siria e Irán), que han arrojado cifras positivas en torno a la situación. Además, el odio no deja ver que los inmigrantes aportan unos 8.000 millones de euros a la seguridad social y reciben, en cambio, solo 3.000. Ya que, a la larga, se encargan de trabajos no calificados que los mismos italianos no quieren hacer.

Pese a todo, la amnesia social es real, y uno de los síntomas agudos de la enfermedad es querer cambiar al doctor. Creyendo que el más capaz será aquel que tenga el medicamento más radical; el mismo que termina matando al paciente.

 

@NelsonTRangel

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