Caracas, 14 de octubre de 2018
El intercambio de bienes y servicios a nivel internacional, producto de la globalización, ha hecho al mundo más rico que nunca. De ejemplo me encanta ver a Japón, que pasó de ser un país cerrado, feudal y campesino, a una de las más grandes potencias económicas a nivel mundial. Así, absorber conocimiento externo y abrirse al libre flujo de capitales, es una receta exitosa para la prosperidad. Al menos así lo ha demostrado la historia.
El caso japonés es fascinante. Para el año 1850 la isla se encontraba cerrada herméticamente. Luego, llegaron los norteamericanos haciéndoles una propuesta que no pudieron negar. Habiendo visto el caso de China, que al resistir la oferta de occidente la llevaría a las guerras del opio y a una apertura forzosa, los japoneses fueron pragmáticos y optaron voluntariamente por conservar su libertad. De esta forma, pasarían por un proceso de reestructuración que luego sería conocido como la Restauración Meiji.
(…) resulta una tragedia que algunas prácticas se esfumen, para no volver.
No obstante, no todo se dio fácilmente. La transformación política y económica impulsada por el Emperador encontró resistencia en los sectores más tradicionales de la población, los samurai. Evidentemente, estos guerreros consideraban que una apertura de tal magnitud representaría una pérdida incalculable de cultura, por lo que iniciarían una sangrienta guerra civil que se libraría -románticamente hablando- entre la espada y el fusil. Ganando, evidentemente, las tropas imperiales, que fueron apoyadas por los poderes occidentales.
El temor sentido por los japoneses subversivos no era descabellado. La globalización trae consigo muchas cosas positivas, pero a un costo alto. Esto nos ha llevado a ser cada vez más homogéneos y menos diversos. Ahora podemos comer una arepa en España, un sushi en Alemania, practicar karate en Canadá y jugar con un tamagotchi en México. Si bien en un balance general nadie podría condenar esto, también resulta una tragedia que algunas prácticas se esfumen, para no volver.
Por ende, este tema puede resultar sensible en ciertos lugares. Por ejemplo, en Italia, existe una cultura cafetera muy arraigada a la sociedad. A diferencia de otros países europeos, tan solo el 20% de las cafeterías de ese país son controladas por cadenas, quedando el 80% restante en manos de particulares. Esto ha de impresionar en pleno siglo XXI, en donde los grandes capitales suelen monopolizar el mercado, dejando al pequeño empresario sin campo para el emprendimiento.
No obstante, todo podría cambiar. Hace poco abrió el primer Starbucks en Milán. El CEO emérito de la cadena, Howard Schultz, aseguró que no estaban entrando al país para enseñarles a los italianos cómo tomar el café. Sino, más bien, venían con “respeto y humildad”. Pues resulta curiosa esta “humildad gringa”, ya que el primer Starbucks italiano es el más grande de toda Europa, construido en pleno centro de la ciudad en un imponente edificio, antigua sede de correos de Italia. Un Starbucks Roasterycomo este solo existe en tres partes del mundo: Seattle, Shanghai y Milán.
Según las estimaciones de la compañía, la primera sede en Italia tendrá gran éxito. De hecho, desde su apertura se ha mantenido una cola de comensales esperando beberse un café que, si bien cuesta 4 veces más que en cualquier otro lugar, lleva la marca Starbucks. Además, la empresa cree que el crecimiento de las cadenas cafeteras en el país seguirá con buen ritmo. Y, según sus estimaciones, es cuestión de poco tiempo para que el país se homogeneice con los demás. Perdiendo así parte de su identidad.
Por último, debo decir que algunas cosas de la globalización resultan muy extrañas para mi entendimiento. Como ejemplo está la Plaza de Loreto, en Milán, en donde fue colgado Benito Mussolini luego de ser fusilado. El cuerpo sin vida del dictador reposó allí por algunas horas, en donde fue desfigurado más allá de reconocimiento. Hoy en día, aquella plaza, que representa un sitio histórico, reposa en el olvido. Para bien o para mal, la gente desconoce lo allí sucedido. Y más bien van a visitarla con hambre, ya que justo debajo de donde colgara Mussolini ahora hay un McDonald. Vaya locura.
@NelsonTRangel