Caracas, 5 de mayo de 2019

 

En un mundo invadido por el pesimismo, hay noticias que realmente conmueven. Está comprobado que la prensa, en general, se ha convertido más pesimista a lo largo del tiempo. La necesidad de resaltar lo negativo, o de manipular lo positivo, se ha vuelto costumbre en el periodismo. Ante ello, han surgido ciertos medios encargados de señalar únicamente lo bueno, para recordarnos que algo positivo aún yace en la humanidad. El diario italiano, Corriere della Sera, tiene un segmento que se llama: Buone notizie (buenas noticias) y se dedica únicamente a aquello que nos sacaría una sonrisa, en vez de una lágrima. No obstante sea también irreal, y simplemente sirva para balancear un mar de desánimo.

Una de aquellas buenas noticias, casi sacada de una película, salió al aire la semana pasada. Una mujer emiratí despertó de un coma de 27 años. La noticia es realmente increíble, ya que las tres décadas de letargo fueron producto de un incidente de tránsito en donde cubrió, con su cuerpo, a su hijo Omar Webair, lo que le generó un daño cerebral que la tuvo en cama desde 1991. Ahora, despierta gracias a médicos alemanes y apoyo del Príncipe heredero, lo primero que dijo fue el nombre de su hijo. Realmente conmovedor.

¿un venezolano que se despierte esta semana con qué se encontraría?

La noticia nos hace reflexionar sobre muchas cosas. No solo en el milagro ocurrido, sino en ese mundo nuevo en el cual la señora se está despertando. Al momento de caer en coma tenía 31 años y vivía en un país cuyo PIB rozaba en los 50 billones. Hoy, despierta con casi 60 y en un país con un PIB de más de 360 billones. Su edad se dobló, pero su país se septuplicó. Lo que antes era una nación en el desierto, se convirtió en una verdadera metrópolis de primer rango. La señora durmió 30 años, pero seguro sentirá que fueron 300. El impresionante cambio vivido justo en ese período (1990-hoy) en Emiratos Árabes Unidos es realmente impactante. El petróleo no siempre es una maldición y, utilizado apropiadamente, puede resultar una bendición sin precedente.

A propósito de ello, me vino en mente una película distópica que vi hace poco: Siete Hermanas. Se basa en un mundo sobrepoblado en donde la humanidad encuentra como solución criogenizar a parte de su población para que no representen un costo en el presente y, en un futuro mejor, poder regresarlos al mundo. La trama luego difiere, pero la pregunta perdura: De ser posible, ¿optarías criogenizarte? Cada quien tendría sus motivos, y seguramente más de uno estaría de acuerdo con hacerlo. Por lo que me hizo pensar en nuestro caso venezolano, utilizando los mismos 27 años para ver, en caso de haber sido una venezolana, en qué mundo se estaría despertando.

En 1991 Venezuela estaba transitando un verdadero caos. Poco atrás se había vivido el caracazo (1989), producto de una crisis económica, la peor jamás vivida hasta ese entonces. La consecuencia fueron los dos golpes fallidos, ambos en 1992. La democracia de partidos políticos se estaba desintegrando y el fin del puntofijismo ya estaba anunciado. Yo nací en el 92, por lo que me queda solo proyectar las tensiones vividas en la época. Pero es natural imaginar la situación desesperante. Y, de existir la posibilidad de criogenizarse, seguro más de uno hubiera optado por ella.

Ahora, ¿un venezolano que se despierte esta semana con qué se encontraría? Si ya cada vez que pone pie en el exterior y retorna, así sea solo por 15 días, siente que viajó en el tiempo, imagínense ustedes alguien que se ausentase por 27 años y se despertase justo ahora. Sería, sencillamente, imposible de explicar. El atraso es más difícil de entender que el progreso. La señora emiratí se despierta en el futuro, en dónde todo es más cómodo, en dónde todo está mejor. Nuestro pobre caso hipotético venezolano se despierta en el pasado, en dónde todo es infinitamente más difícil, en dónde todo está peor.

Aquí vemos como una misma noticia, en tiempos y espacios diversos, puede ser leída de dos maneras. A veces la realidad es pésima y no es culpa de los periódicos. Me alegro por el despertar de Munira Abdulla, pero no podría decir lo mismo en todos los casos.

 

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