Caracas, 14 de Julio de 2019

 

Dentro del clamor “pedir justicia” por lo general se esconde la intención “pedir dinero”. Evidentemente no todas las injusticias son resarcibles con una suma monetaria, pero en nuestro mundo materialista, la justicia está bien cuantificada. Cuando estudiamos derecho, vemos que en la responsabilidad civil existe una reparación integral igual o superior al daño ocasionado. Y, antes de recibir la ira de los leguleyos por haberme equivocado en la citación bíblica-jurídica, advierto que mi intención no es dar cátedra legal, sino recordar que en el mundo civilizado el daño ocasionado se contabiliza con dinero. Es crudo hablar de esta manera, sobre todo cuando existe la creencia de que el dinero no compra la felicidad. Cosa que es cierto, pese a que siempre que lo escucho recuerdo a un profesor que le gustaba complementar la frase agregando: “pero te deja a una cuadra”. Sea o no el caso, nuestro sistema jurídico (y moral) ve el dinero como el justo compensador de los males.

Todo esto me venía a la mente la semana pasada al leer la terrible noticia del chico tachirense que había quedado ciego debido a unos perdigones detonados en su cara. Me atrevería a decir que todos los venezolanos leímos la noticia. Resulta desgarrador que el mundo se le apague a un joven de tan corta edad. Sobre todo cuando el suceso deriva de la culpa de otra persona que no pudo controlar su salvajismo.

Quedar ciego ha de ser una de las pesadillas más terribles imaginadas. Recuerdo de niño recrear el escenario con amigos y retarnos en la angustiante decisión ficticia de decidir cuál de nuestros sentidos nos dolería menos perder. Algunos escogían la vista, por encima del oído. Yo siempre he preferido ver que escuchar, ya que considero que el mundo se expresa primero en imágenes y luego en sonidos. Pues a Rufo Chacón no le dieron la posibilidad de escoger, ni tampoco de jugar. Su caso, fortuito y devastador nos tocó a todos. Tanto así que en medio de la barbarie se demostró que aún queda humanidad suficiente, y vimos florecer iniciativas ciudadanas que apuntan en regresarle la visión al adolescente.

Dos noticias se leen mejor juntas y, casualmente, esa misma semana salió en la prensa estadounidense el caso de Alonzo Yanes. Este chico sufrió en el año 2014 un accidente en su escuela mientras veía clases de química. El instituto parece que violó ciertas normas de seguridad que advertían el peligro del experimento que involucraba la incineración de sales minerales y el uso de metanol. Llevando al joven a una tragedia: experimentó quemaduras de tercer grado en 30% de su cuerpo.

(…) el dinero no te compra la felicidad (ni la vista) pero te da la oportunidad de tenerla.

Paradójicamente ambas noticias no solo salieron la misma semana, sino que Alonzo Yanes tenía 16 años al momento del accidente, misma edad que Rufo Chácon. Cada caso es distinto, pero también contemplan ciertas similitudes. Más allá de la edad y la gravedad del accidente, en ambos eventos la responsabilidad la tiene el Estado. Ya que Alonzo frecuentaba una escuela pública y a Rufo lo agredieron funcionarios cuya labor es resguardar a la población. Con esto no pretendo comparar la gravedad de ambos, ni mucho menos jerarquizarlos. Esto sería un insulto al sufrimiento de las víctimas. Pero, mientras que con Rufo no se sabe qué ocurrirá, un Juez de Manhattan ya sentenció en favor de Alonzo y exigió una indemnización de casi sesenta (60) millones de dólares.

Así volvemos al inicio del artículo. En nuestra sociedad el dinero es parte de la justicia, más allá de las responsabilidades penales que también se puedan determinar. A mí me gustaría vivir en un país en donde casos como el de Rufo no existiesen. Pero, en el supuesto de que llegasen a existir, fuesen tratados como Alonzos. Es verdad que el dinero no te compra la felicidad (ni la vista) pero te da la oportunidad de tenerla. Ahora solo nos queda apostar por la buena voluntad social, esperemos que la iniciativa salve la visión del chico, o al menos le dé un podio alto para clamar la injusticia.

 

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