Caracas, 1 de agosto de 2019

 

Luego de una experiencia dramática, es normal la paranoia. La cual no es necesariamente mala. De hecho, se le atribuye a John Lennon la idea de que la “paranoia es solo un elevado sentido de conciencia”. Y, según la RAE, una de las acepciones de esa palabra -conciencia- es la capacidad de distinguir entre el bien y el mal.

Quizá haya sido precisamente la paranoia la que llevó a los italianos a optar por una constitución ultra protectora con mecanismos para evitar el auge de otro autoritarismo. La Carta Magna, promulgada después de la Segunda Guerra Mundial (en 1947), busca evitar un nuevo Mussolini, estableciendo una democracia parlamentaria en donde sea necesaria la negociación intensa para gobernar. Una bella idea que demuestra cuál es la receta para la buena política: negociación y alternabilidad. Y, si se quiere, también se le puede agregar una pizca de paranoia; siempre y cuando esto signifique conciencia y discernimiento.

Pese a ello, una receta estupenda no significa que el producto final sea luego comestible. Italia, el país de la buona cucina, no sabe preparar el plato de su democracia. Durante la misma, el país ha tenido más de 66 gobiernos y 43 Primeros Ministros. Un país realmente ingobernable, cuyos políticos cambian de partido político como lo hacen de camisa. El único caso “exitoso” (tomando en cuenta la estabilidad institucional) ha sido el de Silvio Berlusconi, quien ha ostentado el máximo cargo en tres ocasiones (1994-1995, 2001-2006, 2008-2011), lo que suman casi una década entera en el poder. Pero, si lo despejamos de la ecuación, tenemos a 42 Primeros Ministros en poco más de 60 años. Una verdadera locura.

“La democracia es pedir que la gente vote, pero no que lo haga todos los años”.

Esta introducción sirve para precisar que el cisma actual italiano es todo menos nuevo. El 20 de agosto el Presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, tuvo que dimitir luego de que el gobierno de coalición sufriera una ruptura creada por el Ministro del Interior y Vicepresidente del país, Matteo Salvini. Ese gobierno (que debía de terminar en 2023), duró solo 14 meses y fue posible gracias a un pacto entre la Lega(de Salvini) y el Movimento 5 Stelle (de Di Maio).

Ante esto, se valoraron dos vías: o la formación de otro gobierno o las elecciones anticipadas. El Presidente de la República, Sergio Mattarella, optó por la primera; mientras que Salvini le apostaba a la segunda. El plan de este, era el de crear una crisis de gobernabilidad que lograse unas elecciones anticipadas, ya que figura como favorito en las encuestas. Al menos así se reflejó en las elecciones europeas de este año, en donde el líder de la Lega salió airoso demostrando ser la opción preferida por los italianos.

Esta maniobra representa la mala utilización de la democracia. Así bien lo expresó el Premier Conte en su discurso de dimisión (me permito el parafraseo): “La democracia es pedir que la gente vote, pero no que lo haga todos los años”. Más de acuerdo no podría estar, ya que si optamos por la perpetua elección, ¿quién se encarga de gobernar?

De esto ha sido duramente criticado Salvini, de no cesar en su intención electoral, mientras descuida las funciones de su cargo. Su discurso es pegajoso, como el de cualquier otro populista. Despierta simpatías, se siente cercano, va a la playa y hace de DJ. Pero, sobre todo, te cautiva melosamente en la eterna promesa de gloria que gusta tanto. Esto es lo que lo hace peligroso: su retórica. Gracias a ella ha logrado cautivar a gran parte de los italianos y amenaza con encarnar no solo un peligro para su país, sino también para Europa. 

Al final, la jugada no le salió bien. El Cinco Estrellas logró pactar con el Partido Democrático (su mayor adversario), regresando Conte al Palazzo Chigi. Ahora, Salvini perderá sus títulos, pero no su intención. Dejó bien claro que la misma es llegar a gobernar al país y que, como Macchiavello, el fin justifica los medios. Y sus métodos son claros: sumir al país en crisis bajo la idea de que para construir, primero hay que destruir. De igual manera pensaba Nerón mientras tocaba la lira y veía Roma arder.

 

Nelson Totesaut Rangel

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