Caracas, 29 de septiembre de 2019

 

Nuestra capacidad de impresión puede variar de sociedad en sociedad, de persona en persona. Un hecho que conmueve y preocupe a muchos, podría generar cero empatía a otro grupo expuesto a diversas condiciones. Me explico con un ejemplo. Hace muchos años le preguntaba a unos amigos ingleses cuál había sido la noticia más impactante de su semana. La respuesta de todos (eran 3) fue un apuñalamiento que terminó en muerte en Piccadilly Circus, Londres. Si la mente no me falla, se trataba de una persona desajustada mentalmente que, caminando entre la multitud, atacó erráticamente a una mujer aleatoria. Ella murió y mis amigos miraban horrorizados el hecho de que ellos mismos transitan por esas calles, ahora cubiertas de sangre.

Al recibir esta respuesta, hice una pequeña reflexión. No poco antes de esta tertulia, me recuerdo una mañana en Caracas que me dirigía al CCCT. El pasaje peatonal que lo conecta con el Centro Banaven (de por sí repleto de gente) se encontraba inusualmente bloqueado por una audiencia que veía algo con cierto asombro. Se trataba del cuerpo de un hombre ahorcado en un árbol. Un escenario insólito, en la ciudad del imposible. La multitud estaba atenta y curiosa, no es una cosa que se ve a diario. Pero no se alteró mucho el sueño de ninguno, todos continuando nuestra vida tranquilos, como si ese cadáver nunca hubiera guindando de esas ramas. Y es que si queremos evitar las zonas en Venezuela “manchadas de sangre”, tendríamos que salir de ella.

(…) la muerte, cuando es masiva, se deja de reseñar.

Mi punto es fácilmente comprobable, basta con hacer un contraste entre la prensa nacional e internacional. En países civilizados (sobre todo en los periódicos locales) reseñan TODAS y cada una de las muertes o incidentes. No solo eso. También le hacen un seguimiento al caso desde ocurrido el hecho hasta condenado el delincuente. Los periódicos dedican gran parte de sus páginas a narrar cómo una inmigrante centroamericana muere al caer de un edificio luego de estar limpiando las ventanas de una casa. Más adelante ahondan en el hecho de que la mujer fue Gerente de una Empresa en su país pero la crisis la había llevado a limpiar casas en Milán, para así pagarle la escuela a sus hijos. Todo esto ocurrió, lamentablemente, el mes pasado. En cambio, en Venezuela, nos basta con poner un titular que diga: “Asesinados tres niños y tres mujeres durante el fin de semana en Caracas”; por cierto, también una noticia real.

Pareciera que la muerte, cuando es masiva, se deja de reseñar. Lo mismo ocurre con los fumadores, y las empresas delictivas que venden cáncer portátil con total impunidad. En EEUU, en 2014, murieron 167.000 personas por un cáncer derivado del cigarro. Un 29% del total de muertes ocasionadas por cáncer. Y, si bien es cierto que el acto de fumar lleva el consentimiento de la persona, el Estado es el garante de protegerte, incluso contra ti mismo; lo mismo hacen con las drogas. Esto sin contar a los fumadores pasivos que, en el mismo país, llegaron a ser 58 millones durante el período 2011-2014. Sueño con un mundo sin tabaco o, al menos, uno donde los fumadores deban encapsularse en cabinas (como aquellas telefónicas) para drenar sus vicios.

Las muertes por cigarro, como los asesinatos en Venezuela, no son noticia para nadie. Ha de ser el único negocio que no decrece pese a que los mismos vendedores le hagan publicidad adversa a su producto. Los intereses de las grandes tabacaleras (y también del Estado por la percepción de impuestos) son tan elevados que la legislación al respecto avanza a un ritmo insólitamente lento. Lo mismo no ocurre con los cigarros electrónicos, los cuales presentaron una amenaza al método tradicional, siendo una alternativa mucho menos dañina y, no obstante, la FDA (Food and Drugs Administration) ya ha considerado su prohibición.

¿Alguien se pregunta cuántos han muerto por “vapear”? La respuesta es fácil, una persona, el 24 de agosto de 2019. Noticia bien reseñada por todos los medios.

 

@NelsonTRangel

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