Caracas, 1 de diciembre de 2019
Las redes sociales pueden representar tanto lo mejor como lo peor del hombre. Twitter, en específico, se ha caracterizado por su crudeza al momento de publicar. Agresiones, debates políticos hostiles, insultos directos, pornografía no censurada, etcétera, son parte del día a día en esta red social. Pero también hay belleza, nobleza y buenas intenciones. Pese a que no se perciban tanto como en Instagram, Facebook o el nuevo fenómeno chino, Tik Tok.
El problema con las redes va más allá de la adicción. También resultan peligrosas armas de desinformación. La red social es un espejo informático; nos rodeamos (seguimos y nos dejamos seguir) solo de aquellos cuya opinión compartimos. Nos creamos un mundo su misura. Y, cerrados en el, creemos que nuestra verdad sea absoluta, ya que eliminamos con un click los comentarios que nos incomodan y los pensamientos disidentes. Ocurre entonces lo que tuiteó el Director y guionista español Alex De la Iglesia: “Twitter genera una visión del mundo que depende directamente de la gente a la que sigues. Cambia de gente y el mundo será otro”. Pura sabiduría de redes.
La muerte es tabú para el humano. El miedo de desaparecer definitivamente nos genera gran ansiedad.
Ahora, el que Twitter sea un reflejo menos censurado del mundo, si lo usamos bien, lo hace también una buena herramienta de interpretación de la sociedad. Y, si somos pacientes, podemos también encontrar felicidad y nobleza humana. Esta semana fuimos testigo de ello a través de un tuit que conmovió la red y se posicionó entre los primeros a nivel mundial. Me refiero al publicado por Adam Shemm, que mostraba una foto junto a miembros de su familia que brindaban con una cerveza horas antes de que su abuelo muriera. Este fue el último deseo de un hombre moribundo, que reposaba en el hospital sin casi fuerza vital: un último trago de su cerveza favorita junto a los suyos.
La muerte es tabú para el humano. El miedo de desaparecer definitivamente nos genera gran ansiedad. No todos tienen la suerte de Norbert, abuelo de Adam, quien con sonrisa en cara pudiera resolver perfectamente su partida, luego de una vida aparentemente plena. Por ello, la reacción de las redes fue descomunal. Al momento de escribir esto la imagen supera los 330 mil “me gusta”. Pero, lo que realmente impresionó fueron las respuestas (unas 5.200) de personas que vieron una ventana para contar su intimidad. Por ende, lo que empezó como una historia, terminó siendo cientos, miles de cuentos hermosos que no buscaban dar lástima, sino compartir algo que es natural pero no nos gusta afrontar: la muerte.
América Latina
Infelices, en cambio, han sido las muertes de los manifestantes a lo largo del continente latinoamericano. No importa si vienen de países cuyo gobierno sea de derecha o izquierda. Bolivia, Chile, Colombia y Venezuela nos han demostrado últimamente que la brutalidad impera como política en las protestas. No solo de parte de los manifestantes, que algunos también han sido violentos al momento de reclamar y exigir derechos. Sino de parte de las fuerzas del orden, que han desatado los más grandes desmadres contra la población.
Hace poco, un caso colombiano nos conmovió particularmente. Me refiero al de Dylan Cruz, joven de apenas 18 años cuya muerte está escabrosamente registrada en varios vídeos (desde diversos ángulos) en donde se evidencia como el impacto de un proyectil le arranca el último respiro. A los venezolanos, este caso nos recuerda a muchos otros que nos tocaron de cerca. Cantidad de jóvenes universitarios que perdieron su vida protestando en nuestro país en los últimos años. Siendo egresado de la Universidad Metropolitana, me recordó especialmente al caso de Juan Pernalete, quien a más de dos años de su asesinato, el crimen sigue sin castigo.
Ninguna muerte es feliz, pero algunas dejan menos tristeza que otras. El caso de Norbert Schemm es ejemplo de ello. A diferencia del de Juan y Dylan, que la vida se les detuvo apenas comenzando.
@NelsonTRangel
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