Caracas, 23 de agosto de 2020

En medio de ciudades vacías, poco turismo mundial y cuarentenas general, ver un conglomerado de personas, así sea en una película, genera una reacción adversa natural. De hecho, el mundo post-covid (si es que algún día logramos alcanzarlo) será de nuevas costumbres, ajenas a nuestro occidentalismo. El uso de la mascarilla se institucionalizará y, si bien no será empleada diariamente, tampoco resultará extraño verla deambular. Igual que la higiene, la fiebre y el gel antibacterial, todas costumbres covidianas que pasarán a ser parte de la cotidianidad.

Leía hace poco una noticia en La Vanguardia acompañada de varias imágenes de Barcelona en pleno verano. Pues se reseñaba que la ciudad, si bien ha recuperado sus espacios, se siente extraña desprovista de turistas. De hecho, su vacío no se percibía desde las olimpíadas del año 1992, hito que cambiaría por completo la marca Barcelona.

Otras ciudades, que también viven de turismo, han sido fuertemente golpeadas. Me gusta el caso de Venecia y los venecianos, quienes protestaban a diario la “invasión” turística para luego lamentarse de la ausencia de los mismos. En este caso, el turismo controlado y medio es la solución. Porque nada justifica la entrada de grandes cruceros a la zona de San Basilio, poniendo el riesgo el patrimonio de siglos. Batalla que, al menos por el 2020, se ha ganado a favor de la ciudad: puesto que las grandes embarcaciones quedarán prohibidas hasta nuevo aviso.

Pese al turismo citadino, existen puntos playeros que se respira relativa normalidad. Lo vemos en Marbella, Ibiza, Cerdeña, Santorini y Sicilia en general. Todos lugares que se han llenado, mayoritariamente de turismo local, demostrando una solidaridad colectiva. Por poner un ejemplo individual, un pequeño café en Bergamo recibía clientes habituales que pagaban hasta 5 euros el café (cuando el precio estándar en Italia es de 1 euro).

Una foto inusual

Todo lo narrado forma parte de la nueva normalidad. Ciudades vacías, turismo local, mascarillas, solidaridad. Sin embargo, algo que no encaja en el mundo del covid son las fotos de la fiesta de esta semana en Wuhan. No solo porque se trate la zona más afectada de todas y la originaria de la desgracia, sino porque Wuhan llegó a nosotros como sinónimo de peligro y alta contaminación. Recuerdo ver videos y fotos y hacer el inevitable nexo con una zona en radiación. Y no es para menos, el cuidado y lo estricto de las normas generaban, como mínimo, temor.

Muy distinto a las personas en traje de baño, en una piscina, con flotadores, en medio de un concierto y sin mascarilla. Todo lo que vimos en esa celebración de verano que generó sentimientos encontrados. No faltaron los resentidos, que no pueden ver felicidad en un lugar que tanto sufrió, solo por pensar que de ahí se generó la enfermedad. Estos, que son los mismos que culpan a China por “crear el virus y a Italia por propagarlo”, no merecen ser escuchados. Luego están aquellos que se llenan de esperanza al ver un sitio que, fue el primer afectado, y ahora demuestra una aparente recuperación. Aquí están los soñadores, los que ven próxima la cura, que consideran que “todo estará bien” más temprano que tarde.

En el tercer grupo me encuentro yo. Quizá el virus me haya vuelvo más pesimista (¿o realista?) y me impide ver con claridad. Aquí veo irresponsabilidad, un posible foco del virus que nada ayudará al problema. Soy de los que apoya a aprender a vivir con el virus, pero con sensatez.

Estoy seguro de que el humano puede aguantar un tiempo sin fiestas en la playa, sin discotecas y sin conciertos al aire libre. Sin partidos de fútbol y sin bares repletos de personas. A este punto, no se nos está pidiendo lo imposible, sino un poco de cooperación. Es por ello que ese concierto resulta una irresponsabilidad. Porque no es solo el posible contagio, sino la imagen que da al resto del mundo que desde ya se puede celebrar.

@NelsonTRangel

www.netrangel.com

nelsontrangel@gmail.com