Caracas, 20 de septiembre de 2020

Cuando inició la pandemia, “todos estábamos en el mismo barco”. O al menos eso nos hacían creer, sin considerar que algunos tenían un camarote de lujo, mientras otros compartían cena en los depósitos junto a la tripulación. Todos conocemos la historia del RMS Titanic, y bien vemos que cuando el barco se hunde, el agua no discrimina a quien ahogar. Pero también vimos como los más adinerados pasan primero, mientras los pobres son menos considerados. Porque, al final, todos somos iguales, solo que unos son más iguales que otros.

Traigo esto a colación por la cuarentena universal. A nivel mundial, duró alrededor de cuatro meses. Meses en donde se notó que, si algo compartíamos, era el inclemente océano, pero unos tenían yates y otros balsas. Increíble ver historias de personas sin espacio para estar, que hacían de la ciudad su hogar; reduciendo la casa a un lecho para simplemente dormir. Otros casos, más traumáticos aún, en donde el agua (principal aliado contra el virus), simplemente no está. Todo, en un contexto apocalíptico en donde se exige empatía social.

En medio de tanto caos, ¿qué tan importante es la educación? Me refiero a aquella básica, primera, que garantiza que una sociedad crezca de forma sana para garantizar su progreso. Esta educación está ausente, todavía, de manera efectiva. Pese a los esfuerzos de gobiernos a nivel a mundial, se han evidenciado las deficiencias de internet y el precario acceso a la tecnología por parte de una población que va de modesta a grande. 

En Venezuela, ya ni siquiera depende de un tema económico, puesto que nuestra infraestructura es tan democrática que afecta tanto a ricos como a pobres. Claro, los ricos siempre pasarán menos penurias, pero su estatus tampoco les garantizará los servicios básicos. Ocurre con el acceso al internet, como también con el agua y la luz. 

Covid y democracia

La política sigue importando, incluso en un escenario de caos viral. El virus, además de personas, parece también afectar sistemas políticos. Al menos eso piensan algunos, con un temor de que las medidas extraordinarias prevalezcan, incluso, luego de superado el mismo. Y es que, en democracias sanas, la concentración de poder en un solo individuo es algo que raramente se ve.

Los Estados Unidos, que tiene una de las democracias más sanas de todas según los index pertinentes, está enfrentándose a este problema en medio de un tema electoral. Trump, el propio Presidente, que debería ser el paladín de la misma, está saboteando el proceso cantando fraude adelantado. Curioso, considerando que fue el mismo sistema que le dio la victoria 4 años atrás.

En Europa, en general también es un temor, sobre todo viendo el caso de Hungría, cuyo Presidente no necesita de dos excusas para hacerse del poder. Rusia, por su parte, aprovecha del virus para inocular venenos a sus contrincantes, esperando que las estadísticas se confundan con la causa. Ahora, en Venezuela, en medio de unas elecciones parlamentarias, se ha querido dar importancia al sistema, pese a que gran parte de la población poco o nada confíe en la transparencia del mismo. Ese es el problema cuando se pierde la credibilidad, se erosiona el sistema.

Al fin y al cabo, considero que el covid-19 no cambiará las cosas, sino las acelerará. Los liderazgos se probarán, no a largo, sino a corto plazo. Está en los líderes, tanto de Venezuela, como del mundo, probar su valor en medio de un escenario complejo y único. Y quedará en la gente confiar o no en sus acciones. En casa ya se están moviendo las fichas, políticos que dormían un largo letargo como Henrique Capriles surgen como opción. Otros, cuyo auge fue sorprendente, se desinflan con rapidez. Es un momento intenso, que traerá cambios fundamentales en la política del país. Y en esto, como en el virus, estamos todos juntos. Así sea en camarotes distintos.

@NelsonTRangel

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