Caracas, 4 de octubre de 2020

Para no ser una persona que idolatra “influencers”, esta columna ha reincidido en el tema. Sobre todo con una, Chiara Ferragni, una italiana que se dedica a la moda. Ella, me comentaba mi esposa, es un caso peculiar. Desfila a menudo en la prensa -más que en las pasarelas- siempre criticada por los mismos italianos. No sé qué hace, literalmente, porque me cuesta entender el trabajo del influenciador. Sin embargo, los italianos están siempre listos al ataque.

La última vez que vimos una noticia de ella se refería a una  visita que le hizo a la Galleria degli Uffizi, en Florencia. El caso es que Ferragni, de la mano de Dior, hicieron una sesión de fotos en los maravillosos pasillos, con un ambiente sin igual. Pues la arremetida de las redes no se contuvo, lo que la llevó a ser insultada y calificada de “immondizia” (basura), su visita. Esto, por disfrutar del arte para hacerse publicidad.

Es cierto que si los museos no poseen un aura gris, poco sonido y un público de críticos que internalicen su catarsis, no se pueden visitar. Los mismos están creados solo para la contemplación aislada de sentidos y emociones. Excluyendo, además, a aquellos que no tienen una base cultural y reservándolos solo para los connoisseur. Y es que no se quiere democratizar el arte, y tampoco masificarlo. Se pretende que siga siendo placer de pocos, en vez de disfrute para muchos.

Otro tema más actual, de la semana pasada, siempre en la línea del arte y la Ferragni, fue una foto que montó en su Instagram en donde tomaba una obra del siglo XVII de Giovanni Battista Salvi, editada por Francesco Vezzoli (un artista italiano actual), colocándole su cara en la representación de la virgen María.

Una de dos, o Ferragni es extremadamente inocente, o una provocadora por excelencia. Porque apelar a la religión y tratar de desencajar con el credo oficial (sobre todo en un país como Italia) puede resultar blasfemo. De hecho, esa fue la acusación; ya que ninguno, según Carlo Rienzi (Presidente de Codacons, su principal acusante) debería “hacer este tipo de actos por dinero o especulación económica”.

Hipocresía religiosa

No hay que ser un teólogo para conocer los mandamientos de la iglesia católica. El primero, de hecho, es de los célebres; pese a que la versión resumida es lo que generalmente nos llega: “amarás a Dios sobre todas las cosas”. Si seguimos leyendo, nos topamos con algo que pareciera ignorado de forma intencional: “no te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto”. Interesante, siendo el catolicismo la única religión del libro que goza de vírgenes, ángeles, santos, y demás.

De hecho, seguramente el arte cristiano es rico y hermoso. La adoración a símbolos, representaciones hechas por hombres y, peor aún, a las reliquias (es decir, a los huesos momificados que adornan hermosos candelabros y se exponen en museos e iglesias) es realmente impresionante. Por ende, si queremos ser canónicos, la pintura de Battista Salvi, ya de por si es blasfema.

Sin embargo, y como la costumbre pudo más que la ley, sabemos que toda representación oficial es considerada canon en el mundo del catolicismo. Sobre todo si los personajes son blancos, rubios y poseen hermosos rasgos occidentales. De hipocresía está hecho el mundo y la religión no deja de ser una excepción. Sobre todo cuando la acusación a Ferragni es de querer “hacer dinero” con una imagen religiosa. Bastaría entonces con visitar cualquier templo de culto (o museo, en su defecto) pagar una jugosa entrada para luego percatar que si existe alguna institución que, históricamente, ha explotado la imagen religiosa, ha sido precisamente la iglesia católica.

Ahora, la querella la elevarán ante el Santo Padre, tan lejos se quiso llegar con el tema. Le tocará al siervo de los siervos de Dios juzgar la blasfemia. Al final, también es cierto que el acusar a alguien de hipócrita para desestimar un argumento es una falacia común. Desde la lógica, Ferragni tampoco tiene razón.

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