Caracas, 1 de noviembre de 2020

A principios de año, poco después de que desencadenara el coronavirus en occidente, escribía que si bien en la vida había momentos oportunos para las bromas, el buen humor no es siempre la mejor manera de afrontar las dificultades. El problema es cuando este humor, más que risas, resulta en irrespeto. Aquí hacía referencia a un video publicado por Canal Plus, una televisora francesa que mostraba a un cocinero preparando la “Pizza al coronavirus”, satirizando el hecho de que, desde Italia, esta terrible enfermedad haya sido exportada a demás países de occidente. 

Para ese entonces, se sabía que el paciente 1 era un gerente italiano de 38 años que fue de emergencia al hospital sin saber que había contraído el virus. Pero la búsqueda por el paciente 0, necesario al momento de trazar el virus, se descubrió meses después, cuando ya Europa estaba minada de covid-19. Pues resulta ser que se trataba de un alemán, de 33 años, que presentó los síntomas, se “curó” y viajó a Italia. Todo antes de que se tuviese consciencia del virus. De la misma forma, el descuido “italiano” fue más bien un “descuido europeo”, que los primeros pagaron caro. Hoy, meses después y siendo Italia un país que ha manejado la pandemia relativamente bien, algunos siguen pensando que “coronavirus significa Italia”.

Textualmente lo ha dicho Donald Trump en un rally en el aeropuerto de Iowa: “El virus chino se le conoce de muchas formas, pero para mi significa Italia”. Demostrando que, si bien su país está lejos de ser un ejemplo de manejo de la pandemia, resulta mucho más fácil buscar culpables lejos de casa. Los Estados Unidos poseyendo una tasa de mortalidad de 67,38 por cada 100.000 habitantes, mientras que Italia una de 60,6. Posicionándose el primero de número 9 por muertes y el segundo de 11. No es una diferencia abismal, pero si lo suficientemente significativa como para no criticar.

¿Cómo piensa pagar?

Es posible que el factor más grande al momento de luchar contra el virus sea el mismo sistema de salud estadounidense. Y no me refiero a que sea ineficiente, sino de difícil acceso universal. Leía, esta misma semana, el caso de un italiano Franceso Persico, 33 años, que contrajo el virus en Nueva York, ciudad en la que se encontraba por motivos laborales. El político, apenas entra en el hospital, se le pregunta: ¿cómo piensa pagar? Y es que el acceso a la salud, en el norte, funciona así: se paga.

No se me vaya a malinterpretar, considero que los servicios tienen que pagarse para que sean eficientes, pero una cuenta de más de 100.000 dólares (la que tuvo que pagar Persico) para poder ser atendido y salvado, resulta una tremenda aberración. Mientras tanto, en su país, hubiese sido atendido gratis, por medio de un sistema sanitario que (mal que bien) pagan todos los italianos.

Quizá “coronavirus signifique Italia”, como la pandemia de 1918 se le tildó de española, sin realmente serlo. Pero más vergüenza debe sentir un mandatario que, entorno al virus, ha creado un escenario político que ha polarizado a la población. En vez de crear consciencia con las tres únicas armas a nuestra disposición: usar la mascarilla, lavarse las manos y mantener el distanciamiento social, promulga la desconfianza a los científicos, al tapabocas y al virus en general.

Ahora salió como un Ironman, o Superman, del hospital. Como bien le hubiese gustado utilizar la franela del hombre de acero al momento de su alta médica. Acompañando su pronta recuperación con el mensaje: “no le teman al virus”, banalizando una vez más la importancia de la prevención, como si todos pudiesen costearse $100.000 (o más) de hospital. Que en su caso pagan los contribuyentes.

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