Caracas, 8 de noviembre de 2020

“Estábamos avisados” así lo señala Màrius Carol citando un informe publicado por la Comisión para la Creación de un Marco Mundial de Riesgos Sanitarios para el futuro (GHRF), en 2016. Según, para los siguientes 100 años, se pronosticaba (con un 20% de probabilidad) cuatro o más pandemias, una de ellas gripal. Y estamos apenas ante la primera.

Es posible criticar a los gobiernos por no escuchar esa advertencia del 20%. Sin embargo, cuando lo multiplicamos x4, el riesgo se ha de considerar. Los problemas eran otros, y ahora la improvisación ha tenido que actuar. Aquellos países mejor preparados (y que afrontaron el tema con seriedad inicial) se encuentran mejor posicionados. En cambio, los negacionistas de siempre, siguen acumulando muertes, como si se tratase de un proceso de selección natural.

Otra advertencia ignorada fue respecto a la segunda ola del virus. Se anunció, con total certeza, que los meses de invierno eran más propensos a la difusión. Y no solo por las temperaturas, sino por el levantamiento progresivo de las medidas que pintaron una falsa normalidad. Las consecuencias se están pagando, y la segunda ola está siendo más severa que la primera. Italia, por poner un ejemplo simbólico, va por los 30.000 casos diarios. Cosa que a finales de marzo, cuando el país se convertía en sinónimo del virus, llegó a un pico máximo de circa 6500 casos diarios.

Por su parte, en Venezuela es difícil saber con certeza cómo evoluciona el virus. Las cifras son esperanzadoras, pero difíciles de creer. Tengo amigos que han muerto por el covid en hospitales públicos y no figurado en los decesos del día. Igual personas que trabajan en el sector salud que me indican que atienden más casos de los anunciados a través del reporte diario. Aquí, o existe una intención por cubrir lo real, o simplemente se carece de mecanismos eficientes para el seguimiento de la pandemia.

Sea cual sea el caso, la tendencia decreciente parece ser real. Me comentaban doctores de clínicas privadas que, meses atrás, los casos de covid-19 abarcaban la mayor parte de las instalaciones sanitarias. Ahora, los casos hospitalizados en Caracas (me refiero nuevamente a clínicas privadas) ha bajado tanto que, en ciertos lugares, son casi inexistentes. Una prueba que confirma que, si bien las cifras pueden no ser precisas, se apegan bastante a la realidad.

El queso suizo

Las medidas en contra del virus son siempre las mismas: distanciamiento social, lavarse las manos, usar la mascarilla. Solas, demuestran una eficacia cuestionable; juntas, incrementan considerablemente su efectividad. Esta es la teoría del “queso suizo”, tal y como lo grafica el virólogo Ian Mackay, al poner varias capas de queso juntas. Cada medida, como lonja de queso, deja “huecos”, y lo que disminuye la probabilidad de expansión del mismo es, precisamente, la colocación de dichas capas, una tras otra.

Si algo nos enseña el queso suizo es que las medidas efectivas nacen del individuo. Es cierto que los ciudadanos son responsabilidad de sus gobiernos, pero también de ellos mismos. No se puede pretender violentar todas las capas del queso y luego culpar a un tercero. Es por ello que este virus ha puesto a prueba nuestra consciencia ciudadana. Demostrando que, para muchos, más importante es un verano de playa, que la propia vida. La humanidad tiene sus prioridades mal colocadas, lo que hace que el queso mismo se llene de moho y deje de ser eficaz. Ante esto, vuelve el lockdown en Europa, en medio de críticas y saqueos.

Charles de Gaulle, en una de sus genialidades, dijo: “¿Cómo se puede gobernar un país que tiene 300 quesos diferentes?” Nunca antes la metáfora podría ser más apropiada.

@NelsonTRangel

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