Caracas, 6 de diciembre de 2020

Pocas muertes causan tanta conmoción como la de Diego Maradona. El 25 de noviembre, día, por cierto, internacional de la no violencia contra la mujer, quedó opacado por la muerte de un campeón del fútbol. La conmoción, si bien mundial, resaltó particularmente en dos países: Argentina e Italia. Respecto a su patria, se puede esperar. Respecto a Italia, la magnitud hizo que el propio Primer Ministro, Giuseppe Conte, tuiteara: “el mundo entero llora”, por la muerte de Maradona.

Una vez, en Milán, lejos de Nápoles, la ciudad que lo vio brillar, entré en una pequeña tintorería. Ahí, justo en la entrada, una fotografía de Maradona como si se tratase de una estampita religiosa. Tácticamente colocada al lado de la puerta para que sirva como protección. Y no solo aquí. Cantidades de lugares (restaurantes, por ejemplo) le rendían culto al jugador de fútbol. Faltaba solo afinar el ojo para detallar esas pequeñeces que esconden grandes características del lugar.

La búsqueda por Maradona en Italia no terminó allí. También tuve la oportunidad de ir a Nápoles que resulta la cuna del culto italiano al jugador. Aquí debutó, durante la década de los ochenta y, hasta el sol de hoy, goza de una popularidad sólo equivalente con San Gennaro, patrono de la ciudad. Incluso, leí en una nota de prensa sobre la anécdota de un napolitano: “a San Gennaro no le hemos visto milagros, a Maradona sí”. Lo que lo lleva más allá de un Santo, puesto el mismo estadio de Nápoles, San Paolo, se rebautizará Diego Armando Maradona. Algunos -y discúlpenme la herejía- lo elevan al nivel de un Dios.

En la misma Nápoles es normal ver grandes murales que inmortalizan al ídolo. Además del número “10” que lo representa. Pero en toda Italia es un ícono. El Papa, que no solo “vive en Italia”, sino que es Argentino, envió una carta de luto. Alcaldes y Gobernadores también. Y es que la fama del argentino lo ha llevado a penetrar en dicho país cosas tan sagradas como la pasta, sacando una marca propia llamada “Diego”.

Venezuela

El “pobre rico”, como lo llamaban algunos periodistas, simpatiza con las clases más vulnerables, pero peca de sibaritas. Sibaritas “tamarro” (como le dirían precisamente en Italia), ya que derrocha lujos de forma grotesca (usando, incluso, doble reloj), mientras pregona la humildad y se fotografía con líderes que apuntan a la austeridad, al menos a través del discurso.

Por ello, dentro de tanto alboroto, no podían faltar los venezolanos. Aquí, no es posible apartar la vida del atleta de sus inclinaciones en la política; cuando fue él mismo quien se quiso politizar. Primero se le vio con Fidel Castro, luego con Hugo Chávez, más tarde con Nicolás Maduro; pasando por cada líder de izquierda regional. Participó en manifestaciones políticas (tanto en las redes, como en la calle), dio discursos, jugó fútbol. En fin, hizo un despliegue político considerable, que lo colocaba en el ojo del huracán. Incluso, su entrega con el chavismo fue tal, que hasta aportó comentarios sobre las venideras elecciones de Asamblea Nacional (el 6 de diciembre), apoyando a Nicolás Maduro Guerra. 

No me gusta el fútbol, ni tampoco lo entiendo, por lo que tanta euforia me es difícil de concebir. Ahora, cada quien puede juzgar al personaje de la forma en que le plazca, pero opacar glorias deportistas, por comentarios políticos (o viceversa) me parece descontextualizar. Como tuiteó Fernando Mires: “atacar a un gran futbolista por sus opiniones políticas es como atacar a un gran político por sus opiniones futbolísticas”. Son campos de batalla distintos y debemos de saber diferenciar.

@NelsonTRangel

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