Caracas, 10 de enero de 2021
Violar las normas anti-covid19 se ha vuelto costumbre. Luego de casi un año de cuarentena global, la población pierde la paciencia. Un caso simpático ocurrió en Italia, cerca de Milán, este sábado dos de enero, en donde un grupo de personas se reunieron violando las normas de contención. El caso es que, pese a haberse reunido en un lugar recóndito, se les ocurrió lanzar fuegos artificiales para la celebración de un cumpleaños. Pues la quema de pólvora le dio a la policía la capacidad de rastrear a los infractores, multándolos a todos.
En general seguimos jugando a la improvisación. Ante ello, los ciudadanos obstinados por un poco de normalidad, buscan la clandestinidad a toda costa. Sobre todo en medio de las inconsistentes políticas que nos llenan de perplejidad. Cierran para que disminuyan los casos, abren para que la economía respire. Es la política del marcapasos, que envía una señal cuando ve que estamos yendo muy rápido, o demasiado lento.
Esta política es riesgosa, ya que espera hasta el último minuto para buscar estabilizarnos. Algunas veces, incluso, el estrés es tan intenso, que más que un estímulo leve, hace falta de un desfibrilador que nos despierte con una descarga eléctrica. A esto están jugando los políticos, sin darse cuenta que no todos los pacientes sobreviven a este trote. El encierre nos salva del virus, pero atenta contra nuestra supervivencia económica y mental. La apertura nos permite comer, pero pone en riesgo nuestra vida a través del contagio. Es un malabarismo tremendo que no nos permite vivir en paz.
Ante ello, es imposible no sentir cierta envidia por países que lograron curarse por completo. El pasado primero de enero vimos como Nueva Zelanda recibía el 2021 como si del 2019 se tratase: sin mascarillas, sin distanciamiento, con todo abierto. Este país logró abatir el virus y regresar a la normalidad. Al principio, el sacrificio fue grande: uno de los cierres más severos del mundo. Y lo sigue siendo, cada vez que surge algún caso, la reacción gubernamental es implacable. De hecho, las fronteras están cerradas casi en su totalidad a aquellos que no sean residentes.
Deseo de año nuevo
Entre las costumbres de fin de año, está la de desear un próspero año venidero. En este caso, más que próspero, el deseo general de la población es por un año “normal”. La normalidad estaba sobrevalorada, pero ahora cómo nos hace falta. Hace menos de una década, en 2012, en Francia, fue la bandera de Hollande. En un tono confesional se vendió como un Presidente “normal”, para un país que atravesaba un tiempo de“normalidad”.
Pero para ser un Presidente normal hay que heredar un país normal, un mundo normal. Biden promete esto, recuperar la normalidad, precisamente porque se topa con un camino complejo lleno de adversidades. El discurso turbulento es lo que menos se aspira hoy en día. Hace poco, en búsquedas de estímulos, se quería un Brexit. Ahora, en medio de la ansiedad colectiva, se prefiere un Biden a un Trump.
Y es que el optimismo en este 2021 es grande, pese a un 2020 tan accidentado. La encuestadora Gallup International reveló su informe anual sobre el optimismo y pesimismo, demostrando que el 43% de la población ve con buena cara este 2021. El contraste es interesante, ya que la encuesta es una proyección a futuro. Las expectativas para el 2019, por ejemplo, eran optimistas en un 39%. Un año sin pandemia. Ahora, como consideramos que peor no podríamos estar, el sentimiento generalizado de “normalidad” y mejoría parece prevalecer.
Sea como sea, desde este espacio periodístico les deseamos a todos un 2021 lleno de felicidad, prosperidad y, sobre todo, normalidad.
@NelsonTRangel
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