Caracas, 17 de enero de 2021

Hace casi tres años, el 19 de marzo de 2017, escribía para este diario una apreciación sobre la Revolución Francesa. Decía entonces que, pese a ser uno de los movimientos más importantes de la historia de la humanidad -puesto constituyó un cambio en las esferas de poder- su exageración terminó enterrándola. Fue una Revolución que lo devoró todo: tanto a las clases de poder preexistente; primer y segundo estado, como también a aquella que surge en protesta al antiguo régimen; el tercero. Pese a que su tiempo histórico no fuera largo -poco menos de una década (1789-1799)- acabó con todo lo que encontró a su paso, y los radicales fueron aquellos que la exacerbaron al punto de su sepultura.

Esta apreciación no es mía, sino de Louis Blanc, teórico de la Revolución Francesa que nos recuerda que los peores enemigos de una revolución son aquellos que la exageran. Esto, me vino a la mente luego de ver a Emanuel Cleaver, un pastor estadounidense (electo a la Cámara de Representantes) que al culminar su sermón dice: “Amen y Awoman”.

Confieso que creí haber escuchado mal. De hecho, leí la noticia sin entenderla. El demócrata creyó que “Amen”, que deriva del hebreo, fuese una palabra del inglés que tuviese por “men”, hombres. Por ende, en un intento ridículo de llevar el idioma inclusivo a donde no necesita ir, agrega “Awoman”. Esto último, además, en singular.

La revolución del idioma inclusivo se está exagerando, lo que la lleva a su propia ridiculización. No sabemos si el religioso sea un fanático “progresista” (con comillas, debido a las diferencias que tengo con el término) o se trate únicamente de alguien poco documentado. En cualquier caso, ambas cualidades no son excluyentes.

Seguramente, risas aparte, el pastor se convirtió en un ídolo para muchos. Al final, debemos recordar que existe un grupo de personas considerable que vela por eliminar el masculino del español (que es, de por sí, incluyente) sustituyéndolo por una “e” o “x”, como última “vocal”. Cosa que en el inglés, que podríamos considerar mucho menos “masculino” (me rehúso a usar el término “machista” cuando el español no lo es), no hace falta, puesto los sustantivos no tienen género. Y es en los pronombres en tercera persona (he, his, him, she, her, etcétera) en donde se identifica realmente la categoría.

Es indudable que el escenario de la Francia del siglo XVIII (que mencionaba al comienzo) dista mucho del mundo actual. En ese entonces, los derechos de las mujeres estaban, si acaso, después de los de los hombres, lo que exigía una reforma en amplio sentido. Como reacción, existe un caso célebre, Olympe de Gouges, una dramaturga francesa que redactó una Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Esta, pretendía abarcar la deliberada omisión de no incluir a la mujer en un movimiento tan importante.

Las mujeres han conquistado luchas sustanciales y aún batallan por una plena igualdad. Pese a que el mundo de hoy sea mucho más justo que el de ayer, todavía existen escenarios que pueden mejorar. Sin embargo, el mal llamado “lenguaje inclusivo”, que desvirtúa el habla innecesariamente, puede considerarse una exageración de esta “Revolución”. 

El pastor puede llevar la lucha a las instancias superiores espirituales, y cambiarle el género a Dios si así lo desea. Cambiárselo o quitárselo. Ya que Dios es una figura sin sexo, pese a que sea difícil hablar de él sin otorgarle uno. En cualquier caso, se trataría de una discusión teológica mucho más interesante respecto al falso ejercicio etimológico que representa “Amen” y “Awoman”.

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