Caracas, 7 de febrero de 2021
La semana pasada, el 30 de enero, se cumplió un año. Un año desde que nuestra vida cambió, un año desde que la OMS declarara al Covid-19 como un riesgo elevado mundial. De todas maneras tendríamos que esperar 2 meses más para que se declarase “pandemia”. El español no tiene una palabra exacta para timing, que muchas veces resulta necesaria. En italiano es tempistica, palabra que bien podríamos adoptar en nuestra lengua castellana. Sea como sea, la falta de tempistica ante el covid-19 podría resumir este año.
Me incluyo en aquellos confiados que le restaban seriedad al asunto. Escribía cómodamente desde occidente sobre algo que pensaba que nunca iba a llegar: “Pero la realidad -si bien preocupante- la hemos sabido afrontar. Pues al momento de escribir esto son más del triple los casos curados respecto a aquellos fallecidos. Y, si bien la cifra de enfermos sigue siendo elevada (e incrementa diariamente), debemos confiar en la capacidad humana y dejar atrás el negativismo crónico que impera en nuestros días. Y es que la respuesta contra el coronavirus ha demostrado que el hombre mucho ha conseguido en siglos de desarrollo”.
No me reconozco en esas líneas y pido disculpas por ello. En ese entonces vivía en un mundo sin mascarilla, en dónde me tocaba la cara justo después de darle la mano a alguien. Comía en un restaurante y no me lavaba las manos (ni antes ni después) y el alcohol antiséptico sólo lo empleaba para las heridas. No mantenía la distancia y mis saludos eran abrazos acompañados de palmadas al hombro. Estornudaba en la mano y luego la estrechaba con los demás. En fin, era -para los estándares actuales- un peligro para la sociedad.
Ese artículo citado es del 9 de febrero de 2020, dentro de dos días se cumplirá un año exacto. En el mismo proseguía: “muy lejos estamos de los días de la peste bubónica (o negra) que azotó al mundo y cobró un tercio de las vidas de aquella época. También de la gripe española que en un solo año se llevó a 100 millones de almas”. Sigo sosteniendo parte de ello, puesto las muertes por covid-19 prometen ser menos que los casos antes mencionados. Ya existe la vacuna y ahora estamos en la carrera por suministrarla.
Evidentemente mi ingenuidad se debía a la información que nos llegaba. Vimos a China construir un hospital en 10 días. En Italia aislaron el virus menos de una semana después de los primeros casos. La movilidad empezó a limitarse y los aeropuertos colocaron sistemas infrarrojos para detectar la fiebre en pasajeros. Puras medidas que luego veríamos como insuficientes.
Hoy el mundo sigue paralizado, pero con la esperanza de retomar sus actividades. La vacuna es un hecho, pero el acceso a ella resulta complejo. En Venezuela no tenemos ni siquiera un plan de vacunación, así que seguimos sumergidos en la agobiante incertidumbre. Bayer ayudará a producirlas, pero será para un 2022. Johnson & Johnson está cerca de empezar con la venta de la suya, que además requiere de una única dosis. La Unión Europea está evaluando la china y la rusa, apartando diferencias políticas en pro de la salud colectiva. En fin, un esfuerzo enorme en medio de una carrera que no sólo busca salvar vidas, sino la economía.
Esfuerzo que, además, resulta en cierto grado discriminante. La Unión Europea acusaba a Astra Zeneca de estar incumpliendo su contrato por estar vendiendo sus vacunas a otros países. Sin duda, los “ricos” buscaron acaparar la mayoría, dejando sin posibilidad a aquellos con menos recursos. Recuerdo al respecto una crítica de una joven periodista italiana que decía que ella sería vacunada primero que un médico africano. Médico o persona de la tercera edad, porque la pandemia ha demostrado, una vez más, que la brecha social no sólo es interpersonal, sino interestatal.
@NelsonTRangel
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