Caracas, 7 de marzo de 2021

Trump no se detiene, quiere ganar una “tercera vez”. Así lo dijo  en una Conferencia de Acción Política Conservadora, en Orlando, puesto sigue sosteniendo que Biden le robó las elecciones y los Tribunales lo permitieron. Sigue viviendo en su mundo imaginario, en la historia que le conviene creer. En la Conferencia actuó como si aún fuese Presidente, mismo discurso, mismo conjunto, misma corbata y mismo broche con la bandera. El no ha dejado el traje, pese a que ahora sea más un disfraz que un atuendo oficial.

Trump vive del teatro, lo ha hecho siempre. Llevó su fama televisiva a la Casa Blanca, la cual convirtió en un Reality show. Su numerosa familia se lo permitía, puesto cada quien tenía un papel que desempeñar. Pero el siempre siendo el protagonista de todo, ya que Trump no es sólo una persona, sino una marca y ahora un movimiento político conspiracionista.

Pese a ello no pretende crear un nuevo partido político, así lo dijo. Prefiere torcer al Republicano y moldearlo a su figura. A Trump no le basta con ser un líder de referencia perteneciente al partido más importante de la historia de los Estados Unidos. Quiere, en vez, que el partido sea él. Pretensión peligrosa en una democracia.

Es normal que los Presidentes salientes dicten conferencias luego de dejar el cargo. De hecho, cobran bien por ello. Barack Obama se ha embolsillado hasta medio millón de dólares por charlar 45 minutos. Así lo hizo en Milán (Italia), poco después de dejar la oficina. Trump no dejará pasar esa oportunidad. Es, al fin y al cabo, un “hombre de negocios”, pese a que se desconoce si algo pudo cobrar por dicha Conferencia que fue más bien un “mitin” político.

Se dio en un contexto interesante. Solo dos meses después del controversial asalto al capitolio, por el cual está siendo investigado. Además, luego de un silencio forzado impropio para el. Por lo que se pensaba que el personaje descansaría y se encargaría de enfrentar todos las acusaciones que lleva encima. En cambio, consideró que aventurarse nuevamente en la política podría ser su mejor solución.

Nota al pie: Sarkozy

Trump decía que amaba París, aunque ya no era lo mismo. “París ya no es París”, fue el oxímoron que utilizó y que enfureció al Presidente de entonces, François Hollande. Todo por los desafortunados ataques terroristas que ha sufrido la capital francesa. Pero su desprecio fue más allá, puesto abandonó el acuerdo de París. Acción cuya motivación entendimos solo años después y gracias al Senador Ted Cruz (leal a Trump), quien nos ilustró que pertenecer a dicho acuerdo beneficia a los trabajadores de París y no de Pittsburgh.

Pero París sigue siendo un ejemplo en muchas cosas, ejemplo que debería preocupar a Trump. Esta semana el expresdiente Nicolas Sarkozy fue condenado a tres años de prisión. Este evento es un hito, no solo porque se trata del primer Presidente de la quinta república condenado a prisión física, sino porque la influencia de Sarkozy seguía siendo importante en el país. De hecho, se sospechaba una posible reelección a futuro, aspiración evidentemente frustrada por el escandalo actual.

A Sarkozy se le condena por haber querido manipular a un juez, no por haber incitado a las masas a tomar por la fuerza el Parlamento de su país y desconocer la institucionalidad del mismo alegando que se había perpetuado un fraude electoral lo que traería como consecuencia el descrédito absoluto del pilar fundamental de la sociedad estadounidense: la democracia. Trump, que no le gusta París, bien podría intuir que la influencia no te salva de la justicia. Y, pese a que París ya no sea París, el tampoco es Trump presidente, sino un ciudadano común que no gozaba de inmunidad presidencial. Alea iacta est.

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