Caracas, 23 de mayo de 2021
En medio de ciudades vacías, poco turismo mundial y cuarentenas general, ver un conglomerado de personas, así sea en una película, genera una reacción adversa natural. Y en vivo, mucho más. Como me ocurrió este fin de semana -de flexibilización- cuando me movilicé a La Guaira con mi esposa. Mi sorpresa, un conglomerado de personas que caminaban por doquier. Reían, se abrazaban, no respetaban la distancia social. Es decir, era ver un film del 2019. Una vida atrás.
Yo pensaba que el mundo post-covid (si es que algún día logramos alcanzarlo) sería de nuevas costumbres, ajenas a nuestro occidentalismo. Decía, en agosto de 2020, que el uso de la mascarilla se institucionalizará y, si bien no sería empleada diariamente, tampoco resultaría extraño verla deambular. Pero me equivocaba. Este fin de semana en la playa era la gran ausente. Al igual que la higiene, y el gel antibacterial; todas costumbres covidianas que no pasarán a ser parte de la cotidianidad.
El viaje a la playa me dejó completamente perplejo. Entiendo la ganas de vivir la “normalidad”, aquella antigua, cuando podíamos abrazarnos y besarnos con impunidad. Y recordaba el verano Europeo del 2020, que generó la segunda ola y los volvió a confinar. Ahora, en países que vacunan masivamente, el turismo está resurgiendo tímidamente. Lo veía con Portugal, que acepta viajes (sin imponer cuarentenas) a cualquier persona que provenga de un país con menos de 500 casos por cada 100.000 habitantes durante los últimos 14 días previo al viaje. Toda una cuenta matemática que dificulta enormemente la planificación y le apuesta a los viajes improvisados.
Nosotros no vivimos del turismo, como sí aquellas ciudades europeas, que tienen su relación amor-odio con el mismo. Me gusta el caso de Venecia y los venecianos, quienes protestaban a diario la “invasión” turística para luego lamentarse de la ausencia de los mismos. En este caso, el turismo controlado es la solución. Porque nada justifica la entrada de grandes cruceros a la zona de San Basilio, poniendo en riesgo el patrimonio de la humanidad. Batalla que, al menos en el 2020, se ha ganado a favor de la ciudad: puesto que las grandes embarcaciones quedaron prohibidas hasta nuevo aviso.
Cooperación
Antes de que se me pregunte, mi viaje a La Guaira fue con distanciamiento social. Éramos mi esposa, perro y yo, disfrutando de la arena y el mar. Veinticuatro horas pasamos en el sitio, lo que nos bastó para recargar las energías que necesitamos durante la semana de cuarentena radical.
Hace unos meses pensaba que el humano podía aguantar un tiempo sin fiestas en la playa, sin discotecas y sin conciertos al aire libre. Sin partidos de fútbol y sin bares repletos de personas. No sólo La Guaira me hizo cambiar de opinión, sino eventos en ciudades como Milán (una de las más afectadas en occidente por el virus), cuando una manada de fanáticos celebraban una victoria de fútbol en medio de la plaza central. Esto, a principios de mayo de este año, y se contabilizaron 30.000 personas.
Yo creía que no se nos estaba pidiendo lo imposible, sino un poco de cooperación. Pero luego de notar que, con cualquier pretexto, podemos ignorar un año entero de pandemia, me doy cuenta de que las costumbres no cambiarán, sólo se encuentran momentáneamente reprimidas.
Recuerdo que cuando comenzó todo, un Profesor de la Bocconi decía que si todos nos quedamos 14 días confiados el virus desaparecería. Catorce días de cuarentena global parecía una locura. Pero la locura es notar que ni eso lo pudimos lograr.
@NelsonTRangel
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