Caracas, 30 de mayo de 2021

A los políticos se le pueden permitir bromas, siempre y cuando sean cuidadosos al momento de decirlas. A François Hollande (expresidente de Francia) se le conocía como “Monsieur chistoso”, pese a que nunca se propasó con el humor. Al contrario que el Duque de Edimburgo, quien en vida no tuvo muchos filtros.

De este último hay muchas anécdotas. En plena recesión (1981) cuestionaba el malestar general sobre el desempleo, ironizando el hecho de que la gente se quejaba por tener tiempo libre. Otra anécdota fue sobre su intención en conocer Rusia, por allá en plena era soviética: “me encantaría ir a Rusia, aunque esos bastardos asesinaron a la mitad de mi familia”. En fin, hay tantas anécdotas que se hizo un libro en 2012: Prince Philip: wise words and Golden gaffes, que recoge todas las ocurrencias del Príncipe. 

El último chiste vino de Joe Biden, un presidente que no suele dar mucha risa. Se encontraba en Michigan, probando un vehículo eléctrico cuando un periodista le preguntó sobre el conflicto entre Israel y Palestina a lo que el Presidente respondió: “sólo me lo puedes preguntar si te colocas frente al vehículo mientras acelero”. Luego, un segundo de silencio, y después: “estoy sólo bromeando”.

Los periodistas son distintos a aquellos que interceptaban a Trump, listos en la búsqueda del conflicto polémico. Estos, amenazados (en broma) por Biden, ríen con tranquilidad ante las malas bromas del Presidente. 

Al contrario de Biden, Felipe fue toda su vida un segundón de primera. Fue esposo de una monarca, sin el mismo ser Rey. Originario de una familia real, que luego quedaría extinta. Tuvo un protagonismo relativo, ya que sus comentarios no eran del todo vinculantes. Vivió como quiso, sin muchas responsabilidades. Pecó, quizá, sólo de chistes malos. Cosa que parece poco luego de los escándalos que vemos hoy en día, durante la “era de la cancelación”. 

Nota al pie: la caída de un símbolo

Este antetítulo no es de mi ingenio. Lo tomé prestado de la prensa, luego de que la cacería empezara. Bastó el divorcio para que los tiburones del periodismo del chisme afilaran los colmillos y descuartizaran a uno de los símbolos más relevantes de nuestro tiempo. Me refiero a Bill Gates, que parecía resumir la palabra “filántropo” en su nombre. “Amante de la humanidad”, buscando acabar con las pandemias, llevar agua a África y crear pocetas autosustentables. Bill, no es (¿era/fue?) un símbolo de todo lo bueno: el capitalista bueno e innovador, el Robin Hood que se auto roba para darle el dinero a los pobres. 

Lo anterior parece haber cambiado. Pasó de ser el buen esposo, al amante más descarado. Primero se supo del acuerdo que tuvo con su esposa Melinda, de poder pasar un fin de semana al año junto a su exnovia. Luego, resucitó el fantasma Epstein, y el escándalo que salpicó a varios pertenecientes al 1%. Si bien de Bill nunca  se demostró algún improperio como tal, estar muy cerca del fuego hace que te quemes. Y su amistad con Epstein era pública, como también el descontento de Melinda por la misma. Y lo último, un affair que tuvo con una empleada suya de Microsoft. 

Pese a que la prensa no ha perdonado al fundador de Microsoft, he leído comentarios irónicos de simpatía. No simpatía a la infidelidad, sino al hecho de que Bill se bajó del pedestal moral y se colocó en el plano humano terrenal. Bill parecía perfecto, y no lo era. Vivo ejemplo que uno de los hombres más inteligentes del mundo, puede también ser un estúpido.

@NelsonTRangel

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