Caracas, 6 de mayo de 2021

Nos cuenta Salustio (en guerra de Jugurta) que apenas Jugurta se entera de la debilidad que tienen los romanos por los sobornos, reza: “urbem venalem et mature perituram, si emptorem invenerit”, que en español quiere decir: “una ciudad en venta y condenada a su destrucción, si consigue un comprador”. 

Roma ha conseguido muchos compradores desde su fundación, pero aparentemente ya no quiere alcaldes. Lo leía el otro día un artículo en El País de España, que decía que gobernar Roma resulta tarea tediosa. La città eterna, explica el texto, mide lo que mide Londres, pero tiene un tercio de su población, lo que dificulta mucho la recolección de tributos para el mantenimiento de una ciudad que tiene dos mil setecientos años. Sin contar los 440 kilómetros cuadrados de parques y su enorme nómina pública de 23.000 funcionarios.

Lo de “ciudad eterna” se lo puso Tito Livio en su Ab Urbe condita y fue la descripción que mejor pegaría con una ciudad que no deja de ser. No deja de ser en su desastre y belleza, que se juntan como amalgama perfecta entre caos y paz. Pero en pleno 2021 Roma dista de ser caput mundi y la Comisión Europea de 2020 la cataloga como la segunda capital comunitaria con peor calidad de vida. Después de Atenas, la otra cuna cultural de occidente.

Pero Roma no deja de causar perplejidad, sobre todo en ese contraste caótico que tiene. No en vano, la primera serie original italiana distribuida por Netflix se sitúa aquí. Se llama Suburra y está inspirada en la novela homónima de Carlo Bonini y Giancarlo De Cataldo. Narra las varias mafias romanas, bien separadas por sectores. Cada una encargándose de una zona y cada una diferenciándose culturalmente de la otra. La recomiendo tremendamente.

Entre los personajes más fascinantes se encuentra Samurai, el Jefe, Boss, Capo, de la ciudad. En una escena que habla con Cinaglia (que representa el bien corrompido frente al mal consumado), Samurai le dice: “Yo Roma la gobierno”. A lo que Cinaglia le responde: “Roma no se gobierna, como mucho se administra. Tu eres el mundo medio, el lugar en donde los intereses se encuentran, aquellos ilícitos. De hecho, eres el administrador de Roma, no el rey”.

A diferencia de Gomorra, la serie no se ambienta ni en eventos ni en personajes propiamente reales. Es, más bien, una ficción ambientada en una realidad. Por supuesto existen las exageraciones que nutren al espectador: tiroteos en medio de la ciudad, persecuciones de alta velocidad en pleno centro, orgías eclesiásticas cerca del Vaticano. En fin, Roma está lejos de ser Santa, pero tampoco es que habiten todos los demonios dentro de sí.

La conversación de Samurai y Cinaglia va de la mano con lo que pensaba Jugurta. Roma no tiene dueño y tampoco comprador. Sólo ha sido “donada” -según la Iglesia- por Constantino el Grande al Papa Silvestre. Teoría que desmiente Lorenzo Valla, lo que sugiere que la ciudad fue “robada” o conquistada.

Fue Garibaldi quien proclamó: “o Roma o nada”, en plena unificación italiana. Pese a que falló y su último conquistador fue el milanés Raffaele Cadorna. Poco después, la guerra acabaría con la reputación de la monarquía y Roma vendría a formar parte de una República. Ahora, como República, no tiene quien la quiera gobernar. Al menos legítimamente, porque si Suburra algo nos enseñó es que desde las sombras siempre trabaja un Samurai.

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