Caracas, 18 de Julio de 2021

La última vez que escribía sobre la maravillosa Galleria degli Uffizi, de Florencia, fue el 4 de septiembre de 2020. Una vida atrás. La cuarentena y la pandemia han hecho que un mes parezca un año; y un año una eternidad. En aquel entonces hablaba de una sesión de fotos que hizo Chiara Ferragni junto a Dior en Gli Uffizi. Y la arremetida en redes, que fue feroz. Llegando algunos incluso a calificar la visita como “immondizia” -basura-.

Y es que para algunos -retrogradas, si se me permite- los museos tienen que mantener aquel aura gris que espanta a muchos. Poco sonido, poco público y reservado sólo a los eruditos del arte. Indudablemente son sitios para la admiración y preservación del patrimonio, pero querer limitar su uso representa un absurdo. Sólo la sesión de la Ferragni generó un incremento del 24% en las visitas de la Galleria, cosa que contribuye con la preservación de la eternidad.

Desde hace tiempo los museos buscan reinventarse, puesto que el arte parece no dar lo suficiente. Los visitantes no cubren los altos costos que implica el incalculable patrimonio, por lo que este tipo de eventos son usuales. Y esto no es algo nuevo. El Louvre es pionero en el rubro, alquilando sus salas para desfiles y eventos por un monto de hasta 24.000 euros. Esto ocurre en todo el mundo, Nueva York, Torino, Berlín, etcétera. Todos sitios que reinventan sus usos para percibir nuevos ingresos para mantener las inmortales obras.

Y esto antes de la crisis económica que trajo consigo el COVID-19, cuya reinvención ha sido más necesaria que antes. De emblemático ejemplo tenemos a la Royal Academy de Londres que estuvo evaluando la venta de una de sus obras más valiosas para no tener que despedir al 40% de su plantilla, es decir, unas 150 personas. La obra en cuestión es un Miguel Ángel, Tondo Taddei, de más de 500 años y cuyo valor ronda los 100 millones de libras. Y, si bien la venta del medallón de mármol podría fácilmente ser una provocación para alertar a las autoridades y al público en general -como aparentemente lo fue-, no descarta lo delicado del tema y la emergencia en los museos.

Tasas por comer en la calle

Para muchos críticos Florencia es un museo al aire libre. Y no en vano, puesto es considerada la ciudad con más arte por metro cuadrado del mundo. Botticelli, Michelangelo, Raffaello, Caravaggio, Rubens, etcétera. Son sólo algunos de los artistas que se pueden apreciar, incluso, a pie de calle. Y no es por querer discriminar a otros autores, sino porque la lista de celebridades excederían el límite de caracteres de esta columna.

Tanto así que preservar el arte, no es sólo preservar el museo, sino la ciudad entera. Al respecto el director de la Galleria, el alemán Eike Schmidt, propuso así fijar una “tasa” a los negocios que vendan “Street food” -panini, más que todo- debido al aceite y las salsas que dejan y que ensucian las calles de este museo sin techo que es Florencia.

Sugerencia que puede parecer ridícula pero que cobra gran sentido en tiempos covidianos, en donde la mayoría de los restaurantes no poseen la capacidad de atender al público en un espacio ventilado y con la suficiente separación social. Lo que incrementa la cantidad de individuos que comen en la calle, encima de las piedras centenarias de la ciudad, con el patrimonio de mantel.

@NelsonTRangel

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