Caracas, 25 de Julio 2021

El fútbol no es un deporte particularmente violento, al menos dentro del campo. Fuera, las hordas de fanáticos nubladas de juicio descargan las pasiones más desenfrenadas. Estas pasiones -positivas o negativas- son inexplicables, puesto que pueden llegar a agredir hasta al más inocente transeúnte que se encuentre en el lugar y momento equivocado.

Así lo sufrieron muchos durante esta Eurocopa 2020, jugada en el 2021 debido a la pandemia. Lo que sugiere que la represión de las pasiones durante la cuarentena fueron violentamente expulsadas junto a la euforia futbolística. Pobre Alessandro Ghiani, un adulto de 51 años que hace un trabajo de joven: el de motorizado delivery. Pues su trayecto tuvo el infortunio de encontrarse frente a una multitud que celebraba la victoria de Italia frente a España. La cual, en vez de abrirle paso, decidió tumbarlo de su moto y caerle a golpes.

Como Alessandro, muchos. Demasiados que sufrieron por la injusticia del fútbol. Deporte que, como ya dijimos, en su esencia, no pregona la violencia. Pero, como toda disciplina llevada a la exageración, termina consumiendo a su usuario y a aquellos que lo rodean. Lo mismo se vio más adelante, con la victoria sobre Inglaterra en la final. En este caso, los ingleses que perdieron, concentraron la ira hacia los jugadores; no sin dejar daños colaterales. El Capitán del equipo Harry Kane así lo denunció: comentarios discriminantes y racistas a los jugadores que no acertaron los penales.

La influencia que manejan los futbolistas sobre la fanaticada es delicada. En el caso de los ingleses -que tienen fama de mal humor y malos perdedores- fue una molestia incitada por los mismos jugadores. Quienes, groseramente y con un pobre espíritu de competencia, se quitaron uno por uno la medalla que les entregaban por haber llegado de segundo lugar. Actitud peligrosa que sirve sólo para avivar las emociones más delicadas que se encuentran sensibles por la derrota.

Y es que la responsabilidad del futbolista es grande, pese a que no siempre resultó así. De hecho, existe una anécdota -contada por Marius Carol- sobre Christian Karembeu (Real Madrid) y Adriana Sklenarikova (modelo con quien se casó) al momento de conocerse. Karembeu le dice a Sklenarikova que era un jugador de fútbol, a lo que ella le responde: “Pero, ¿en qué trabajas?” Puede que en aquel entonces un futbolista no fuese considerado un trabajo formal, ni que fuese pagado de la forma en que lo hacen hoy en día. Pese a que seguramente se encontraba muy por encima de la media. Lo que sugiere que la fama universal del deporte no se había masificado a las cifras conocidas actualmente.

Hoy se trata de un negocio millonario, repotenciado por la televisión y la internet. Haciendo que el mismo mueva más fuera del campo, que dentro del mismo. Sólo por mencionar el ejemplo más insigne de todos, sabemos que Cristiano Ronaldo (jugador mejor pagado) gana más por Instagram -43 millones de euros al año- que por correr detrás del balón -30 millones- .

En fin, el fútbol no deja de ser una extrañeza difícil de comprender, puesto que el mismo despierta más ardor entre sus usuarios que deportes cuya naturaleza sí es violenta: el boxeo,

por ejemplo. Y todo este negocio se nutre de esa fanaticada exacerbada que es capaz de agredir a un inocente porque su ídolo ganó, o perdió.

@NelsonTRangel

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