Caracas, 22 de agosto de 2021

Para el hombre la muerte no es el fin. El fin no se lo da Tánatos por una sentencia precipitada o no. El fin lo pone el mismo hombre, quién quiere asegurarse controlar todo su destino. Este “fin” lo damos con los velorios y entierros. O por medio de cualquier rito que nos genere tranquilidad y nos haga realmente cerrar el capítulo de la vida y abrir aquel de la muerte. Los capítulos póstumos serán revisiones y remembranzas de aquella otrora vida que ya no está.

Dentro de la épica histórica tenemos casos emblemáticos que no han sido cerrados completamente. Al menos no para algunos. Es así el de Francisco de Miranda, cuyos restos fueron depositados en alguna fosa común de La Carraca y no en el Panteón inmortal de los héroes de la patria. Ese fue el destino que le deparó el fin de su vida, pese a que su gesta sea altamente enaltecida sin necesidad de depositar unos huesos dentro de un ataúd.

En ese orden de ideas, Edgardo Mondolfi escribe en su libo Miranda en ocho contiendas (2005) lo siguiente: “comienzan a reactivarse las comisiones para estudiar los escasos restos que yacen en La Carraca, verificar el mapa genético y su contenido de ADN, lanzarse a la cacería de descendientes vivos para emparentarlos con aquellos huesos roídos y, de ser posible, terminar en la mímica de ser alguna vez sus enterradores en el Panteón Nacional”. Luego prosigue: “Recuerdo una oportunidad, durante un enervante acto de ese corte ocurrido justamente en el Panteón, en que alguien me decía, apuntando con reverencia hacia un cenotafio en mármol que yace con la tapa abierta en alusión a la eterna espera, que nunca recobraríamos nuestro sosiego como nación hasta que aquel monumento fúnebre no encerrara en su interior los despojos de Miranda”.

Si bien el Profesor lo hace en crítica, no deja de ser cierto que para muchos existe la necesidad de los restos mortales para erigir un altar realmente digno. Esta práctica es común en la Iglesia Católica que históricamente ha atesorado reliquias de sus santos dentro de hermosos depósitos de cualquier material precioso. Estas reliquias suelen ser dedos, dientes, calaveras, brazos, etcétera. Cualquier parte humana que pueda ser conservada para la posteridad. Incluso, como un justificativo de milagro, como es el caso de la sangre de San Gennaro que reposa en la Catedral de Nápoles todavía “líquida” pese a 1.700 años.

Pero en ciertos casos los cuerpos nos dan sosiego, sobre todo cuando se trata de una herida fresca. Así sucedió con los restos de la británica Esther Dingley que fueron encontrados por su novio Daniel Colegate luego de meses de búsqueda por los Pirineos. Resulta ser que Dingley, quien solía dar largos paseos por el confín entre España y Francia, resolvió incursionar sola un día que su pareja debía trabajar. Desde entonces desapareció, no sin que, tiempo más tarde, la policía diera con parte de sus restos. Desde entonces Colegate recorrió el sendero hasta que -la semana pasada- diera con los vestigios de su novia. Historia triste y conmovedora que encontró su cierre.

Dos absurdos

El alcalde de Nagoya, Takashi Kawamura quiso tomarse una foto con la medallista de oro Miu Goto mientras mordía su medalla. La deformó y generó polémica en las redes. Ahora tendrá que pagar una nueva y disculparse ante el público. La gracia le salió en morisqueta.

En Frisia, Alemania, una enfermera “vacunó” a 8.500 personas con agua y sal. Los motivos se desconocen, pese a que se piensa que se trata de una actitud negacionista más que bioterrorista. Si eso ocurre en Alemania, ¿qué nos depara a nosotros?

@NelsonTRangel

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