Domingo, 5 de septiembre de 2021

Las barreras culturales existen y pueden resultar difíciles de derrumbar. Algunas son gastronómicas, otras sociales. Eliminarlas por medio de la coerción es complejo y normalmente infructuoso. Es el paradigma de la enseñanza, que sugiere que la educación coercitiva no arroja buenos resultados; mientras que la didáctica, puede generar cambios de conducta deseados.

Existen ejemplos de barreras culturales que han sido demolidas por medio de la diplomacia, el mercadeo y la buena estrategia política. Un caso bastante curioso lo vi el otro día en Will y se trata sobre el salmón en el sushi. El cual, pese a lo que crean muchos, es una invención noruega y no japonesa.

Empecemos por el inicio. El salmón no es algo propio del sushi, o al menos no lo era. Y resulta lógico al pensarlo. Los japoneses tienen una industria importante de atún, proteína selecta de su gastronomía. En cambio, el salmón era un producto mal visto desde el punto de vista del sabor, olor y color. Es decir, un pez “impuro”, de baja calidad y lleno de bacterias. Impropio para el consumo humano.

Entonces, ¿cómo se incluye el salmón en el sushi? Pues vayamos al inicio. Años 80, Noruega, el estado otorga ayuda a los productores locales para aumentar la producción de salmón. Se cumplen los objetivos, tenemos mayor oferta, pero la demanda sigue siendo la misma. Es decir, los precios caen. Ante esto, se necesitan consumidores y se pretende buscarlos en el país que más consume peces en el mundo: Japón.

De esta forma nace “Project Japan”, un proyecto que diseña Bjorn Eirik Olsen y que durará unos 10 años. ¿El objetivo? Integrar el salmón al paladar japonés, tarea que se dice fácil, pero resulta compleja puesto representa una barrera cultural importante. Así, empieza a invertirse dinero en publicidad y en “influencers” que propaguen la idea de que el salmón en el sushi es una buena combinación.

Sabemos cómo terminó la campaña y cómo no sólo afectó el comercio de este pescado, sino que alteró completamente la cultura de otro país y de su plato insignia, transformándolo (o, mejor dicho, dotándolo) de un producto ajeno; el cual pasaría a integrarlo perfectamente. Al final, es una buena representación de una política de Estado acertada, que sólo tomó 4 millones de euros para hacer que un mercado creciera de 50 millones de dólares anuales; en los años 90, a 12.5 millardos; en el 2019. 

Una Shakira censurada

Este otro ejemplo es traumático, puesto se origina de una guerra fratricida de un país que lleva décadas de conflicto armado. Un país lleno de barreras culturales difíciles de derrumbar. Sobre todo cuando las mismas se difuminan dentro de los derechos fundamentales, generando un estado injusto que no tutela a parte de su población. 

Me refiero a Afganistán, país del cual se ha escrito mucho últimamente. Conjeturas respecto al futuro hay miles, sobre todo por el temor del papel de la mujer en la sociedad afgana. Los talibanes, al respecto, han sido astutos: tratan de vender una imagen madura y progresista para insertarse en el ámbito internacional. Al respecto, es natural escepticismo, sobre todo cuando se trata de un régimen fundamentalista que promete instaurar un dogmatismo exacerbado que representa un retroceso en los derechos conquistados por sus ciudadanos.

Pero los cambios culturales empiezan desde la sociedad, sin importar quién gobierne. Es complejo querer modificar el pensamiento colectivo de arriba hacia abajo. Eso intentó por años Saad Mohseni, el magnate de los medios de comunicación, dueño de ToloTV, una televisora privada pionera en Afganistán. Mohseni, quien vio la oportunidad de invertir en su país con el ingreso de los gringos por allá en 2001, teme por el futuro de su televisora. Ya dijo, en una entrevista para El País, que muchos de sus trabajadores optaron por renunciar. Esto, poniéndolo en una situación enmarañada en donde debe evaluar si es mejor persuadir a sus empleados a quedarse en un futuro incierto, o irse en búsqueda de resguardo.

Pero tampoco creamos que el retroceso será radical. La censura cultural existía antes de los talibanes, y ToloTV vivía siempre bajo el riesgo de ser cerrada. Sólo cabe recordar el improperio que representó un concierto en vivo de Shakira, al que tuvo que censurársele el pecho puesto una mujer puede cantar en una tarima, siempre y cuando esté completamente cubierta como dictan las normas del Corán. Esto en pleno siglo XXI.

@NelsonTRangel

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