Caracas, 24 de octubre de 2021

El Halloween es otra de esas festividades que heredamos del proceso cristianizador de la iglesia católica. Lo que fue alguna vez una tradición celta, llamada Samhain, se transformaría por medio de un proceso sincretista dando como resultado lo que hoy en día conocemos como la noche de brujas. La misma era un ejercicio imaginativo, que materializaba nuestros temores de ficción, para crear una fiesta de terror. El miedo, al fin y al cabo, vende. Lo que la producción cinematográfica ha sabido aprovechar, con múltiples piezas que se han inmortalizado en el cine.

Hace tres años, en 2018, me recuerdo que escribía que el Halloween de aquel entonces era el menos tenebroso que me había tocado vivir. Puesto la festividad pareció combinarse con el espíritu de carnaval, lo que nos trajo consigo unos disfraces ricos en diversidad, con una predominante temática no tenebrosa. De hecho, quizá el Halloween haya sufrido otro sincretismo producto de la globalización, pasando de ser una celebración esotérica, a un segundo carnaval.

Los disfraces más famosos de ese entonces deambularon -por supuesto- por las pasarelas a manos de celebridades mundiales. Y casi ninguno daba miedo. Más bien, la esencia pareció ser otra; con unos vestidos de Shrek, otros de astronautas y hasta de figuras de Lego. Abandonando los tradicionales esqueletos, fantasmas, hombres lobo y vampiros, para acoger una vestimenta más variada y colorida. Pudiendo ser una explicación el hecho de que lo que hoy en día despierta nuestros miedos no son leyendas como la Llorona o la Sayona, sino el implacable peso de nuestra terrible realidad.

En una encuesta realizada por el Pew Research Centre -un par de años antes de la pandemia- titulada: ¿Cuáles son los temores de la gente en el mundo? Y publicada por el diario El País, figuraban tres valores como los más comunes a nivel mundial: el cambio climático, el estado islámico y la inestabilidad económica. Indudablemente, esto varía según el país, estando -para sorpresa de nadie- nuestro temor más grande ubicado en el tercer factor (la incertidumbre económica), los del resto de Sudamerica en el primero (el cambio climático) y los del norte del continente en el segundo (el estado islámico).

Pero los monstruos de esta noche de brujas se disfrazaron de algo más, de un hombre invisible distinto al de las películas, que va enfermando al público en su paso y matando silenciosamente luego de contagiar. Y, para más colmo, un enemigo que se transmite a través de nosotros mismos. Un enemigo que se resguarda dentro de las personas y que las usa como transmisores de un virus letal.

Evidentemente me refiero al COVID-19, que ya tiene dos años siendo nuestro principal temor. Y es que se trata del causante -además de sus efectos sobre nuestra salud física- de un fuerte deterioro mental: incrementando la ansiedad en el mundo en más de una cuarta parte. Halloween es la semana que viene, pese a que parece llevar ya más de dos años consecutivos. El temor a no recuperar la normalidad terminó superando a cualquier monstruo o demonio producto de la creatividad. Ni Drácula, ni Frankestein se atrevieron a quitarnos tanto.

Ante un escenario global como el nuestro, es esperable no temerle a los muertos sino a los vivos. Sobre todo cuando estos “vivos” son quienes nos pueden lastimar, sin necesariamente quererlo. Al fin y al cabo, los fantasmas no matan personas; los virus lo hacen y se transmiten a través de las personas. Hoy entendemos esto y por eso celebramos a diario nuestro halloween, nuestros miedos, dejando el 31/10 como una fecha para recordar aquello que alguna vez temimos sin compromiso, solo por darnos el gusto de temer.

Nota al pie: la oscuridad

El otro temor que tenemos a diario en Venezuela es la pérdida de los servicios públicos; sobre todo el agua y la luz. La semana pasada hubo una detonación por Terrazas del Ávila lo que generó una interrupción en la luz eléctrica por algunas horas en gran parte de la capital. Antes, el que se fuera la luz era un evento incómodo y desagradable, pero no nos afectaba a nivel emocional. Ahora, luego del trauma del gran apagón de 2019, cada vez que se va la luz tememos que no regrese más. Ya no es cuestión de minutos u horas, sino que pudiese tratarse de días o semanas. El miedo a la oscuridad nunca se había justificado tanto.

@NelsonTRangel

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